La noticia pasó ayer desapercibida por las portadas de los principales diarios internacionales. Vladímir Kozhin, un alto funcionario ruso próximo al presidente Vladímir Putin, declaró al rotativo progubernamental Izvestia que Rusia no tenía intención de vender al régimen sirio baterías antiaéreas S-300, tras semanas de haber asegurado reiteradamente lo contrario.

Moscú había dado a entender que, después del bombardeo conjunto llevado a cabo en abril por EEUU, el Reino Unido y Francia contra posiciones del régimen sirio, daba por finalizado su compromiso de no facilitar a Damasco este arma de tecnología avanzada que dificultaría un nuevo bombardeo aéreo.

Todo ello ha sucedido después de que el primer ministro de Israel, Binyamin Netanyahu, visitara de nuevo Moscú el 9 de mayo, donde asistió al tradicional desfile anual de la victoria, se puso en la solapa una cinta de san Jorge -emblema que lucen los rusos que celebran el aniversario de la victoria sobre la Alemania nazi- y obtuviera del líder del Kremlin el compromiso de que las fuerzas rusas desplegadas en Siria no intervendrían en una eventual operación israelí en el país árabe contra objetivos iranís.

Más aún. La sucinta reacción de Moscú a la reciente acción militar israelí en Siria, llamando a la negociación y evitando cualquier palabra que pudiera interpretarse como una condena, contrasta con la agresividad verbal desplegada por los principales portavoces rusos tras el ataque estadounidense, británico y francés hace solo unas semanas.

A diferencia de lo sucedido durante la guerra fría, en este nuevo periodo de confrontación entre el Kremlin y Occidente, Rusia e Israel mantienen una estrecha relación basada, según los analistas, en la química que existe entre ambos líderes, aunque no se descarta que existan condicionantes que no hayan salido a la luz. Los vínculos culturales también juegan su papel. El ruso es la tercera lengua más hablada en Israel, tras el hebreo y el árabe, dado que alrededor de un millón de ciudadanos soviéticos emigraron a Israel desde 1989. Un total de 146.000 ciudadanos israelís que detentan la doble nacionalidad pudieron votar en las últimas presidenciales rusas.

Nada que ver con lo sucedido en el siglo XX, cuando Moscú consideraba que el sionismo no era más que una expresión de «racismo imperialista» impulsado por Washington y el lobi judío estadounidense, y por sistema apoyaba a los países árabes durante el conflicto árabe israelí. De hecho, las relaciones diplomáticas estuvieron interrumpidas hasta 1991.

viajes frecuentes / La afabilidad y la frecuencia de los encuentros entre Putin y Netanyahu sorprenden a los comentaristas internacionales e inquietan en Washington. En el 2016, hubo un trasiego de delegaciones con visitas mutuas. Netanyahu viajó a Rusia al menos dos veces, mientras que Valentina Matviyenko, presidenta del Consejo de la Federación (Senado) y considerada muy próxima a Putin, se personó en el país hebreo en una ocasión.

Putin ha tenido gestos con el primer ministro israelí inauditos con otros líderes a los que se supone mayor cercanía. En junio del 2016, invitó a Netanyahu a una representación de ballet en el teatro Bolshoi y aprovechó la ocasión para dedicarle unas calurosas palabras: «Rusia e Israel pueden enorgullecerse del elevado nivel de nuestras relaciones, cooperación fructífera y contactos de negocios de gran alcance».

Al margen de la simpatía mutua que se puedan profesar ambos líderes, ¿qué impulsa la amistad ruso-israelí? ¿Existen acaso condicionantes que se ocultan a la opinión pública?

En un artículo titulado Las relaciones entre Rusia e Israel son la perfecta Realpolitik, el comentarista progubernamental Nikolai Pakhómov intenta dar una respuesta. «Ninguno de los dos países intenta esconder los desacuerdos, pero ambos están dispuestos a trabajar juntos cuando sus intereses coinciden», indica Pakhómov. Y pese a sus diferencias acerca del régimen de Bashar el Asad, y de los aliados de Rusia (Irán y la milicia chií libanesa Hizbulá) uno de esos intereses comunes es su aberración a cualquier forma de islamismo. «Rusia e Israel tienen el mismo enemigo; el terrorismo islámico, sin peros ni condicionantes», destaca.