Los Beatles, Marilyn Monroe, Elvis Presley y tantas otras grandes celebridades solían veranear en las paradisíacas playas de Acapulco. Hoy ni sus habitantes pueden caminar tranquilos. La ciudad mexicana suma dos asesinatos al día. Tres de la tarde: un hombre yace en el suelo abatido por tres disparos. «Ya es difícil que no te agarre una balacera (tiroteo), que esté alguien esperando para atacar a otro. Hay miedo a no poder salir de noche porque en la colonia en la que vives a veces hay un toque de queda», asegura una de las vecinas en el lugar.

En el 2017 se registraron 910 homicidios dolosos, mientras que en lo que va de año ya se cuentan más de 580, según datos oficiales. Acapulco se ha mantenido entre las cuatro primeras ciudades en el mundo con mayor índice de asesinatos desde el 2011, cuando se fragmentó el cártel dominante. Comenzó entonces el conflicto entre al menos siete bandas por el control de las rutas de tráfico y menudeo de droga. Una de esas víctimas fue Ismael Martínez, desaparecido desde hace un año. Durante su búsqueda, su madre recibió varias amenazas de muerte y tuvo que abandonar su hogar por varios meses. «Tengo temor siempre que salgo. Miro a todos lados para que no haya nadie», cuenta. Desconfía -con motivos- de las autoridades locales.

El repunte de la violencia obligó al Ejército a desarmar a la policía local, señalada por colaborar con el crimen organizado. «La policía municipal está bajo sospecha de tener vínculos con la delincuencia organizada. Esto es inaceptable», asegura Roberto Álvarez, el portavoz de la fuerza que se encarga ahora de la seguridad en la ciudad. Militares ataviados como Rambos con fusiles patrullan entre los bañistas.La morgue local está desbordada por la incesante llegada de cadáveres, a menudo descuartizados y arrojados en sitios neurálgicos para generar terror. «El Servicio Médico Forense tiene alrededor de 600 cuerpos, el doble de su capacidad», afirma el criminalista Álvaro Gutiérrez. El pánico, sumado a la ineficiencia de las autoridades, ha llevado a una impunidad del 98,26% en crímenes que en su mayoría ni siquiera se denuncian. Siete de la tarde: quema de dos minibuses. Un ajuste de cuentas sin víctimas.

La zozobra ha alcanzado también a la esfera política después de las amenazas de muerte contra miembros del gabinete de la nueva alcaldesa, Adela Román, quien reconoce el lastre causado por la diversificación de las acciones delictivas de las organizaciones criminales. «El delito de extorsión es actualmente el problema más grave que tenemos», afirma. Los cobros por parte del crimen organizado han ahogado al comercio local. Se calcula que más de 3.000 establecimientos han cerrado en el último lustro debido a esas presiones.

La galopante inseguridad ha azotado sobre todo al turismo, el motor económico del municipio. La llegada de extranjeros ha caído paulatinamente hasta situarse en apenas un 6%, como señala Jorge Laurel, el presidente de la asociación hotelera. «Antes arribaban 150 cruceros por temporada, una cifra que se ha reducido a 27», explica. «Venimos porque nos invitaron. Vigilamos a cada rato, paranoicos de que no haya nada alrededor», asegura una turista argentina. Tan solo la llegada sostenida de visitantes nacionales permite sobrevivir al sector turístico. El narco ha espantado a su propia clientela, turistas que en un fin de semana generaban ganancias de 200.000 euros por venta de drogas.

Medianoche: una turista recibe dos disparos en un bar del Zócalo. Al parecer el sicario la confundió con su objetivo y por eso no la remató. Último hecho violento en una misma jornada que, pese a todo, los vecinos consideran «tranquila». Lejos queda el glamur de unas playas que hoy se han vuelto capital del crimen organizado.