La Unión Europea estrenó el año con nuevos capitanes al mando -la alemana Ursula von der Leyen y el belga Charles Michel- y dos objetivos prioritarios: concluir con éxito las negociaciones del brexit y acordar un presupuesto ambicioso para el período 2021-2027. Ni uno ni otro han logrado de momento los avances esperados, en buena parte debido a la irrupción de una pandemia mundial que ha paralizado durante tres meses a Europa y que ha puesto de manifiesto dolorosos ejemplos de descoordinación y desunión en uno de los momentos más trascendentales de la historia del club.

«El clima que parece reinar entre los jefes de Estado y de Gobierno y la falta de solidaridad europea hacen correr un peligro mortal a la Unión Europea», llegó a decir el expresidente de la Comisión Europea Jacques Delors.

Con el Viejo Continente paralizado casi por completo y el plan de reconstrucción sin concretarse, el mensaje fue calando en muchas capitales pero especialmente en dos sin las cuáles es difícil que Europa avance: París y Berlín, que una vez más dejaron de lado sus diferencias en cuestiones de dinero y activaron el motor franco-alemán.

El resultado: el reconocimiento por parte de la cancillera alemana de que la Unión Europea se enfrenta al mayor desafío desde su fundación y el abandono de uno de los mayores tabús de la política alemana: aceptar entregar medio billón en transferencias directas a los países más golpeados a partir de un endeudamiento europeo.