Sobraban los motivos para brindar por aquel acuerdo de enero tras una docena de áridas rondas negociadoras. Donald Trump triunfaba donde sus predecesores fracasaron, Xi Jinping detenía otro inminente paquete arancelario y el mundo respiraba tras dos años de guerra comercial. El champán y el confeti ahogaron la sospecha de que el cumplimiento de los deberes chinos era demasiado optimista en un contexto de normalidad. El coronavirus coronavirusha empujado lo difícil a imposible y, enfrentados ya a la realidad, tendrán que decidir si salen del embrollo de forma amistosa o a bofetadas.

Cinco meses después, el balance permite lecturas enfrentadas. China ha levantado sus tarifas a productos agrícolas y ha abierto su mercado a comida para mascotas, leche infantil, carne de vacuno o de aves de corral. De la inminente Asamblea Nacional Popular, pospuesta en marzo por la pandemia, se espera que salgan las leyes sobre protección intelectual. En el otro lado, no hay noticias de la flexibilización del sector financiero ni de la oficina prometida para lidiar con los desacuerdos. China quiere rebajar su dependencia comercial de Washington, señala Anthony Saich, experto de la Harvard Kennedy School. «Supongo que por eso firmó un acuerdo que es mucho más favorable para EEUU. Buena parte de él no será cumplido pero mantendrá la voluntad en las cuestiones clave para contar con más tiempo para diversificar su comercio», añade.

Las importaciones dejan escaso margen interpretativo. El fracaso es absoluto. China debía aumentar este año sus compras de bienes en 77.000 millones de dólares y en los cuatro primeros meses habían descendido casi un 6% respecto al pasado ejercicio. Cayeron un 11% en abril y un colosal 85,5% en marzo. Para cumplir con el objetivo anual, las importaciones deberían alcanzar ya los 34.000 millones de dólares y no han superado los 14.000. En resumen: China compra menos que antes y la balanza comercial, un asunto que desquicia sin remedio a Trump, ha aumentado.

La producción global se ha derrumbado, el transporte de mercancías sufre interrupciones generalizadas y la demanda interna china, con su población enclaustrada en casa durante meses, ha quedado devastada. Tampoco ha ayudado la caída en picado de los precios del barril de crudo, que convierten su transporte en inasumible. China, aun así, ha comprado petróleo estadounidense por valor de 114 millones de dólares, 10 veces más que el importado desde Rusia o Arabia Saudí. La caída del 14% de las importaciones globales de China sugiere un problema que excede a EEUU.

El viceprimer ministro chino, Liu He, y el secretario del Tesoro estadounidense, Steven Mnuchin, se comprometieron el viernes pasado a «crear las condiciones favorables para implementar la fase uno del acuerdo». Muchos expertos aconsejan que dejen de regatear a la realidad y pospongan sin más dilación el acuerdo. La cuestión serán las formas: con la sosegada asunción de su inviabilidad en este contexto o con más cañonazos.

El acuerdo, por el que Pekín y Washington prometieron blindar los asuntos comerciales de las cíclicas turbulencias políticas, sugiere lo primero. Las tozudas acusaciones estadounidenses a China de causar la pandemia sugieren lo segundo.