Al menos 11 personas murieron y decenas resultaron heridas en Managua cuando una multitud acompañaba reclamando justicia a las madres de las víctimas fatales de la represión. La Conferencia Episcopal de Nicaragua decidió suspender la mesa de diálogo en la que el Gobierno, los empresarios y los estudiantes debían encontrar la imposible cuadratura del círculo: una solución consensuada para dejar atrás la crisis que estalló con el fallido intento de reforma del sistema de seguridad social.

Para la Iglesia no hay duda de la responsabilidad del orteguismo en lo ocurrido durante la imponente manifestación que, de acuerdo con el diario La Prensa, convocó a cientos de miles de ciudadanos. Los obispos expresaron su “profundo dolor” por “los acontecimientos violentos perpetrados por grupos armados afines al Gobierno contra la población civil”.

Situación insostenible

Azalea Solís, de la Alianza Cívica por la Justicia y la Democracia, una oenegé que participa del diálogo, consideró también que “en las condiciones de represión de Daniel Ortega y Rosario Murillo” no se puede seguir conversando. El presidente en ejercicio desde hace 11 años “quedó moralmente más incapacitado para gobernar”.

Hasta hace unas semanas, Ortega no imaginaba un escenario de tanta debilidad política. La protesta contra la reforma activó un malestar soterrado en la sociedad. Los estudiantes se pusieron a la cabeza en las calles. El conflicto había provocado hasta el miércoles 83 muertos, según Amnistía Internacional, que en un duro informe acusó a las autoridades de “disparar a matar” durante las protestas. Las condiciones de gobernabilidad cambiaron drásticamente.

Sin apoyo empresarial

El empresariado, aliado del presidente desde el 2007, decidió abandonarlo el pasado lunes cuando pidió un adelanto de las elecciones o que Ortega se vaya. “Nicaragua nos pertenece a todos y aquí nos quedamos todos”, dijo el mandatario en respuesta a las exigencias de dimisión.

“Dios, Cristo nos lo dice con toda calma, con su prédica, no pueden ni deben haber guerras”, dijo Ortega, recordando los costos del conflicto interno durante la Revolución Sandinista de la que no queda sino su caricatura. “Es el fantasma de la guerra, no la resignación, lo que hizo que durante este tiempo la población aguantara tanto abuso. El asunto es que todos sabíamos que Ortega es violento, que tiene las armas y ninguna intención de irse del poder”, señaló Fabián Medina, columnista del diario La Prensa.