La proclama que retumba en el fondo ultra en los partidos del Camp Nou («Barça o muerte») se ha convertido en un grito de guerra a miles de kilómetros, en las playas de la periferia de Dakar. «Barça ou barzakh!», se escucha en esos improvisados partidillos de fútbol, una proclama generacional que ilustra el sueño que borbotea en sus cabezas: una vida de éxitos en Europa. La ilusión de vestir la elástica azulgrana como culmen de un cambio de rumbo vital, el horizonte triunfal que les aguarda allá adonde aspiran a emigrar independientemente de los peligrosos obstáculos del camino.

El reclamo engañoso que los empuja a una tierra prometida que, muy probablemente, no se revelará como tal. Casi tan improbable resulta para los intes africanos orillar una existencia de opulencia en el Viejo Continente como que emulen la trayectoria de Messi. Desmontar ese mito, falaz y nocivo para numerosos jóvenes, es el nuevo reto de Proactiva Open Arms. Un desafío que esta vez se libra en tierra firme, en el oeste de África. En origen, cuando aún no es demasiado tarde.

LA INFORMACIÓN / «No se trata de disuadirlos de emigrar porque es su derecho, sino de informales de los riesgos del viaje, de que en Marruecos encontrarán concertinas, y en Libia, campos de concentración. Y de demostrarles que Europa no es el destino que les han hecho creer», revela Arantxa Guturbay, responsable de proyectos de la oenegé catalana. Ardua tarea ante un adversario tan tentador. «Los jóvenes miran sus móviles y ven fotos de sus colegas en París o Barcelona, en las que aparecen situaciones sobrevaloradas, irreales. Pero eso no lo sabe el receptor, que aparta el smartphone y comprueba que en su entorno la realidad no resiste comparación», dice Guturbay.

La ensoñación occidental cobra fuerza y da pie a un cambio de paradigma: «Hay una doble brecha digital evidente entre padres e hijos, ya no solo por la tecnología, sino porque la referencia para la juventud ya no son sus progenitores, sino lo que ven en internet». Se culmina así un mito europeo falseado, que obvia que aquí «mucha gente no puede cambiar de coche o vivir en una casa preciosa y que con 45 años debe compartir piso porque el sueldo no le llega, ni tiene la vida que allí presuponen», exponen desde Open Arms.

«También deben conocer aspectos que chocan con su concepción cultural, como que aquí hay gente mayor que muere sola en un geriátrico, algo impensable en aquellos países», agrega. La oenegé trata de advertir a tiempo sobre ese duro despertar. «Rescatamos a miles de personas tan diferentes… Pero hay un runrún recurrente, frases como ‘si lo llego a saber’ y ‘esto no es lo que me contaron’. Por eso, nosotros queremos anticiparles la realidad».

LA REALIDAD / El proyecto oficial ha comenzado su singladura este febrero, en Senegal, sirviéndose de la experiencia acumulada en una experiencia piloto el pasado año en Ghana, adonde esperan volver. ¿Por qué esa empeño en el oeste de África en un continente con tantas carencias por doquier? Buenos conocedores del territorio, los responsables de la entidad centran sus esfuerzos allá donde puede hacer algo por cambiar la realidad. «Buscamos países donde aspiramos a obtener una buena respuesta, que no estén sumidos en conflictos armados que obliguen a huir a las personas. Que se rijan por un régimen democrático, con un marco institucional propicio donde podamos incidir y concienciar», detalla Guturbay. Premisas que se dan en África oriental, «con crecimientos anuales del PIB del 6%-7%», por más que no obvian que hay una parte de la población que pasa por serios apuros. En caso de consolidar el proyecto en Senegal, la pretensión de Open Arms es ampliarlo a países con una situación similar, como Gambia, Costa de Marfil y Ghana.

Unas condiciones que se cumplen también en la corona metropolitana de Dakar, en localidades como Mboro y Kayar, donde Open Arms ha puesto el foco. Allí van a vivir los chavales jóvenes que no se pueden permitir los alquileres y la carestía de vida de la capital.

Justo desde allí parten muchas de las pateras que enfilan la ruta europea. En ese enclave actúan ya las cinco organizaciones con las que colabora la oenegé, que han reclutado a una quincena de chavales, con paridad de género, para acceder al objetivo potencial: chicos de 18 a 30 años, mayoritariamente varones, y que han abandonado los estudios. De ahí que, más que en las aulas, el objetivo se centre en asociaciones, clubs y otros espacios que frecuentan los jóvenes. Esperan llegar al menos a 2.500 personas al año por entidad.

La cooperación también enmarca a entidades españolas de inmigrantes, compatriotas que no hablan de oídas y conocen la durísima experiencia en primera persona. «Ellos nos ayudan a hacer vídeos donde se muestra la auténtica realidad: el malvivir, las continuas identificaciones de la policía, los años sin papeles…», describe Guturbay. También sabrán de la cruda realidad del periplo hasta pisar tierra europea, si es que la alcanzan. Testimonios de personas acabadas de rescatar e imágenes de muertos en la travesía. «Lo que no ven, lo que las radios muestran como una mera cifra, una estadística de cadáveres, ahora aparece con cara y ojos, con toda la crudeza», dice la responsable de proyectos de la entidad.

Se trata de desinflar el sueño occidental que les venden. Que sepan cómo son las circunstancias en el desierto. Y les enseñarán a situar en el mapa a su propio país, algo que no saben hacer muchos de los rescatados en el Mediterráneo. También lo cerca que puede tener la solución para una vida mejor. «La esencia del proyecto es demostrarles el tremendo potencial que hay en sus propios países, que pueden tener un futuro próspero en casa», explica Guturbay. Demostrarles que el mejor sueño que pueden cumplir, en realidad, lo tienen en África.