Hace décadas que la población de Afganistán es víctima de largas guerras con participación de potencias invasoras con moderno armamento, como los drones, y de extremistas locales de mentalidad medieval capaces de eliminar también de un plumazo a decenas de civiles. El pasado sábado, un suicida hizo estallar una ambulancia cargada con explosivos y se llevó la vida de 103 personas y dejó a más de 200 heridas en Kabul. Un atentado que se suma a otros que han sucedido esta última semana y que pone de manifiesto una vez más que el país asiático está muy lejos de pacificarse.

Además de los talibanes y la red Haqqani, un grupo armado vinculado a los talibanes y a Al Qaeda, a la escena bélica se ha sumado el Estado Islámico, que opera en la provincia de Nangarhar, fronteriza con Pakistán, y donde en su capital, Jalalabad, los yihadistas atacaron el miércoles la sede de Save the Children con el saldo de 10 muertos.

La ofensiva de atentados coincide con los «cambios drásticos» de estrategia del presidente de Estados Unidos, Donald Trump, que ha supuesto enviar 3.000 militares al país -que se han sumado a los 8.400 ya desplegados- e intensificar los bombardeos aéreos. «Estados Unidos luchará para ganar», ha dicho con su habitual optimismo Trump, que antes de llegar a la Casa Blanca había calificado los 16 años de implicación militar de EEUU en Afganistán de «una pérdida de tiempo y de recursos». Trump intenta revertir la situación que empezó a ir mal tras la retirada parcial de la OTAN y de EEUU en enero del 2015,

Desde el punto de vista militar, Kabul controla hoy el 57% del territorio frente al 72% de hace un año. El resto está en poder de los insurgentes o en disputa. El presidente afgano, Ashraf Ghani, es incapaz de manejar una situación en la que cada día y como media mueren 20 soldados de su Ejército y que se ve agravada por el enfrentamiento que mantiene con dirigentes provinciales, que desafían al poder central.

«El Emirato Islámico tiene un mensaje claro para Trump y sus aduladores. Si continúan con una política de agresión y hablan desde los cañones de las armas, que no esperen que les lancemos flores a cambio», dijo el portavoz talibán, Zabihullah Mujahih, tras reivindicar el atentado del sábado en Kabul.

Muestra de lo débil y vulnerable que es el Gobierno afgano son las últimos acciones terroristas cometidos en la capital -el asalto al hotel Intercontinental y la ambulancia bomba- que ocurrieron en las zonas más protegidas de la ciudad, donde se asientan muchas embajadas y edificios del Gobierno, como el denominado Alto Consejo para la Paz de Afganistán, un organismo que pretende negociar una solución pactada al conflicto, aunque los talibanes de momento no están por la labor, al menos mientras no se marchen las fuerzas extranjeras y el interlocutor sea directamente EEUU.

APRETAR LAS TUERCAS / La estrategia de Trump supone también apretar las tuercas a Pakistán. En su primer tuit del 2018, el magnate neoyorkino arremetió duramente contra el régimen de Islamabad. «EEUU ha dado ingenuamente a Pakistán más de 33.000 millones de dólares de ayuda durante los pasados 15 años, y lo único que nos han dado ellos son mentiras y engaños, porque ven a nuestros líderes como tontos. Dan refugio a los terroristas a los que perseguimos en Afganistán, y ayudan poco. ¡Se acabó!», escribió. Días después Washington anunció que congelarían gran parte de la ayuda de seguridad a Pakistán hasta que Islamabad actúe contra la red Haqqani y los talibanes.

La decisión de Washington no ha sentado bien a Pakistán que ve como EEUU apuesta por estrechar la colaboración con la India, eterno enemigo de Islamabad. La India, que comparte con Pakistán ser una potencia nuclear, está cada vez más involucrada en Afganistán. Los analistas consideran que aislar a Pakistán, como pretende Trump, es sumamentepeligroso para la seguridad en toda la región.

La mayor presencia e implicación militar estadounidense no parece que vaya a contribuir a reducir la violencia. La ONU ha cifrado en 1.662 civiles los muertos y en 3.581 los heridos durante el primer semestre del 2017. Desde el 2009, cuando llegó Obama a la Casa Blanca y llegó a triplicar el número de soldados estadounidenses presentes en Afganistán, el número de civiles muertos es de 26.512 y los heridos ascienden a 48.941.

EL DOBLE JUEGO DE PAKISTÁN / Tras la última oleada de atentados cometidos en Afganistán, los dedos acusadores de Kabul y Washington han apuntado en dirección este, concretamente hacia Pakistán. Informaciones de prensa y valoraciones militares coinciden en que la rama insurgente liderada por Sirahuddin Haqqani, integrada en el movimiento talibán y a la que se atribuyen los ataques, mantiene vínculos con el oscuro estamento militar paquistaní y sus servicios secretos, y goza, según ciertas filtraciones, de un santuario al otro lado de la frontera, concretamente en Miran Shah, en la franja tribal.

Ya en el 2011, Mike Mullen, entonces jefe del Estado Mayor Conjunto del Ejército de Estados Unidos, calificó a esta organización de «brazo» de la inteligencia paquistaní.