Hong Kong ha arruinado de nuevo la sintonía entre Pekín y Washington cuando iba a cristalizar en el ansiado acuerdo comercial. La rúbrica de Donald Trump a la ley de derechos humanos y democracia de Hong Kong satisface al sector antigubernamental en la misma medida que irrita sin remedio a China a pesar de que no tendrá efectos a corto plazo. Es, sin embargo, la segunda victoria moral de los manifestantes después de la victoria en las recientes elecciones municipales.

La reacción china ante el movimiento de EEUU certifica que nada le solivianta más que desde fuera manoseen sus asuntos propios. Embajadas, prensa y Gobierno cargaron al unísono. «Esta ley, que ha sido denunciada por el pueblo chino y también por los compatriotas hongkoneses, está llena de prejuicios y arrogancia», expresó el portavoz del Ministerio de Exteriores, Geng Shuang. «Nos ayuda a entender las intenciones siniestras y la naturaleza hegemónica de Estados Unidos», añadió. Y anunció contramedidas que no aclaró: «Lo que tenga que venir, ya vendrá».

Ha sido una semana movida para Terry Brandstad, embajador estadounidense en Pekín, quien ayer fue convocado por segunda vez para escuchar más «solemnes protestas», más reprimendas y más advertencias de que está en peligro la colaboración bilateral en importantes sectores.

ATENCIÓN DE LA PRENSA / El asunto monopolizó la atención de la prensa oficial. En la web del diario Global Times se apretaban la noticia y los editoriales. «No debemos dejar ningún espacio para la interacción entre la oposición radical de Hong Kong y el Gobierno estadounidense. Tendrán que actuar solos y responsabilizarse de las consecuencias, y que no sueñen en que lograrán coaccionar a Pekín», sostenía el matutino.

China considera que hay un doble rasero de los gobiernos que simpatizan con quienes cometen actos vandálicos en Hong Kong que serían considerados como terrorismo de acuerdo a sus legislaciones nacionales. Las imágenes de la entrada de la policía ayer por la mañana en la Universidad Politécnica muestran el arsenal de cócteles molotov y todo tipo de explosivos que utilizan los radicales rutinariamente contra la policía.

Es seguro que ese cuadro de caos no agrada a Trump, enérgico defensor del orden y la mano dura. El presidente ha calificado varias veces las protestas como «revueltas violentas», un término que aborrecen los antigubernamentales porque arruina su imagen pacífica y comporta penas de hasta diez años de cárcel. También ha aclarado que el problema solo incumbía a Pekín a pesar de los cientos de banderas estadounidenses que han ondeado los manifestantes en busca de auxilio.

INTROMISIÓN / A Trump se le adivina contrariado porque Hong Kong se haya entrometido en el inminente acuerdo comercial que iba a airear en las elecciones del año próximo como su éxito más rutilante. Ocurre que carecía de más alternativas que firmar la ley después de que esta hubiera sido aprobada por unanimidad en el Senado y el Congreso. En la última semana había aireado la posibilidad del veto, pero este habría sido fácilmente revocado en las cámaras con mayoría. Y sin veto ni rúbrica, la nueva norma habría entrado en vigor automáticamente el 3 de diciembre.

La ley permite a Estados Unidos que evalúe periódicamente el estatus de economía libre que le fue otorgado a Hong Kong y que le permite un trato deferente. Ese estatus podrá cancelarse si China interviene en asuntos de la excolonia que violan el modelo «un país, dos sistemas».

Los únicos castigados serán los hongkoneses, no Pekín ni los chinos del interior, lo que va en la línea con los tozudos intentos del movimiento antigubernamental de hundir su propia economía.

Las actas también prevén sanciones para funcionarios de Hong Kong y de la China continental si se prueba que han cometido abusos o violado derechos humanos. Los expertos no creen que la nueva legislación vaya a tener más efectos a corto plazo que el retraso de la firma del acuerdo comercial.