La noche del 15 de marzo del 2017 fue muy tensa en La Haya. Holanda contenía el aliento ante unas elecciones que podían suponer la primera gran victoria de la extrema derecha en el oeste de Europa. A pesar de su caída, los conservadores repitieron un triunfo que frenaba las aspiraciones del líder islamófobo Geert Wilders, pero entre el alivio de muchos, el populismo antiislámico ganó un nuevo aliado que ahora sacude al país: Thierry Baudet. Carismático y engreído, la nueva estrella del nacionalismo xenófobo neerlandés tiene tan solo 36 años. En el 2015 fundó el think tank Foro por la Democracia (FvD) y a finales del 2016 lo convirtió en un partido para dar el salto a la Tweede Kamer, el Parlamento nacional. Pocos podían augurar entonces que este pasado marzo, en sus primeras elecciones regionales, sería la formación más votada del país con un 14%, un sorprendente vuelco electoral que no se veía desde 1917 y que dilapidó la mayoría progresista del Senado.

El extravagante y provocador Baudet protagoniza un ascenso meteórico que recuerda los pasos de Pim Fortuyn, padre del populismo antiislámico en Holanda, asesinado en el 2002 por un activista ecologista. Convertido en el nuevo enfant terrible de la ultraderecha, ha sabido aprovecharse de la desilusión entre los votantes de Wilders para atraerlos con un discurso contrarrevolucionario: los sondeos le otorgan ya un 17% en intención de voto, lo que supondría también su victoria a nivel nacional. Ese éxito inmediato se debe en parte a su encanto mediático. Fotogénico, repeinado y vestido siempre como un dandi, Baudet ha posado desnudo en su cuenta de Instagram y ha sido masajeado por ciertos medios que han normalizado su imagen como la de un modelo.

Más allá de la forma, Baudet ha basado su ascenso en la reivindicación de la identidad nacional. Está convencido de que los Países Bajos y la civilización occidental están al borde del colapso, que las élites del país odian su cultura -algo que describe con el término oikofobia- y que los inmigrantes musulmanes son responsables de ello. En un clara señal de racismo biológico, habla de estos como «elementos malvados y agresivos que están siendo introducidos en nuestro organismo social» y se alza como defensor mesiánico de una Europa judeocristiana que debe ser «predominante y culturalmente blanca». Aunque asegura que en su partido no caben racistas ni antisemitas, él mismo se ha reunido con supremacistas blancos de EEUU y le fascina la figura del fundador del Frente Nacional francés Jean-Marie Le Pen. Otros miembros destacados de FvD han asegurado que los negros son intelectualmente inferiores, que hay que expulsar a los refugiados de vuelta a Siria y que el matrimonio gay corrompe la sociedad. Aun así, ha intentado captar el voto de los homosexuales y de las mujeres señalando al fundamentalismo islámico como enemigo. Considera a los musulmanes «biológicamente inferiores» y dice estar de acuerdo con que sus mujeres desean «ser subyugadas».

Elitista

Aunque pueda parecer una contradicción, Baudet es un elitista antiestablishment. Menosprecia una clase política «estúpida» a la que se refiere como «cártel», a las universidades y a los periodistas, pero no esconde su creencia de que toda sociedad necesita una «capa superior». Hijo de una familia de clase media, licenciado en Historia y doctorado en Derecho, se vende como una versión más culta y sofisticada de Wilders y exhibe una actitud petulante y aristocrática que rechaza abiertamente la modestia.

Se autodefine como «el intelectual más importante» de su generación. Abrió su primer discurso parlamentario en latín y habla con odio del arte moderno. Esta estrategia le ha servido para nutrirse de casi un tercio de los votantes de Wilders pero también para ensanchar la base del populismo antiislámico en el país. Aunque el ultra de cabellera oxigenada aún capta mejor al voto obrero blanco, Baudet sabe llegar a las élites que critica y al voto protesta con el Gobierno conservador.