Malka, griega, tenía 12 años cuando llegó al campo de exterminio. Llegó con una muñeca entre sus brazos y enseguida la separaron de su madre. Uno de sus trabajos consistió en doblar la ropa de las personas que morían en las cámaras de gas. Ahora vive en Tel-Aviv, acompañada de su colección de muñecas, algunas guardadas en cajas. «Cuando era pequeña, mi madre me compraba muchas muñecas, pero los nazis quemaron a mi madre», dice. «Cuando estoy con mis muñecas me acuerdo de ella, es como cuando era pequeña».

«En Auschwitz nos golpeaban todo el rato, estábamos desnudas y nos golpeaban. Me acuerdo de todo. No olvidaré nunca cuánto sufrimos ¡Qué infierno! No sé cómo pude sobrevivir», asegura. También habla del miedo que tenía de acabar en la cámara de gas y del hambre atroz que sufrían. Al Holocausto sobrevivieron dos de sus hermanas -eran siete en la familia- pero ya murieron. «Después de la liberación, no podía dormir, me despertaba las noches gritando, tenía miedo y durante mucho tiempo estuve bajo tratamiento».