Al primer ministro israelí, Binyamin Netanyahu, le llaman el mago y el rey, apodos que demuestra merecer, vistos los resultados de las elecciones que se celebraron el martes en Israel. Ni el desgaste de una década en el poder ni el anuncio de la fiscalía de que lo imputaría por tres casos de corrupción ni la aparición repentina de un contrincante electoral que podía cerrarle el paso han logrado frustrar su ambición de ejercer un cuarto mandato consecutivo (quinto en su carrera) que le llevaría a superar a David Ben Gurion, el padre de Israel, como líder del país con más tiempo en el cargo.

No es de extrañar que en el discurso ante militantes de su partido, el derechista Likud, Netanyahu haya presumido de haber alcanzado «una victoria increíble», «un logro inimaginable» y «casi inconcebible». Bibi (su apodo popular) formará y encabezará de nuevo el próximo Gobierno israelí. Empatar en número de escaños con su rival Benny Gantz, líder de la coalición centrista Azul y Blanco, era un buen resultado para él, que puede formar coalición mucho más fácilmente que Gantz con las fuerzas de derecha, ultraderecha y religiosas, mayoritarias en la Kneset (Parlamento israelí).

ESCRUTINIO / Con 35 escaños en su poder (cinco más que en los comicios del 2015), necesita 26 para conseguir mayoría en una Kneset de 120 diputados. Los resultados le favorecen: los dos partidos religiosos ultraortodoxos que siempre le apoyan, Judaísmo Unido de la Torá y Shas, obtuvieron ocho escaños cada uno; los ultraderechistas Derecha Unida e Israel Nuestro Hogar tienen cinco también cada uno y puede contar con los cuatro asientos del centrista Kulanu.

Además, si los 300.000 votos que faltan por escrutar (soldados, diplomáticos, residentes en el extranjero, presos, enfermos) no cambian el panorama, Netanyahu se ha librado de dos exministros a los que detesta, Naftali Bennett y Ayelet Shaked, antes líderes de Hogar Judío y ahora de la Nueva Derecha, que se ha quedado a las puertas del 3,25% mínimo de votos exigido por ley para entrar en la Kneset. No obstante, Netanyahu podría encontrar espinas en este aparente camino de rosas. Están por ver todas las condiciones que le van a poner Israel Nuestro Hogar y Derecha Unida para apoyarlo. Los líderes de esta última formación, Rafi Peretz y Bezalel Smotrich, exigen las carteras de Educación y Justicia y seguir adelante con los planes para que la elección de los jueces del Tribunal Supremo sea política y para que se subordine el fiscal general a los ministros.

También pedirán a Netanyahu que cumpla su promesa de anexionarse las colonias judías en Cisjordania, territorio palestino ocupado por Israel desde 1967. El primer ministro podría conceder estas peticiones si le garantizan que apoyarán una ley para concederle inmunidad.

La otra cara de la moneda, Gantz, puso ayer el freno tras proclamar su triunfo. Él y sus socios de coalición se imaginan ya en los bancos de la oposición. Pero el gran derrotado de estos comicios no es Gantz, que de la nada logró 35 escaños, sino el Partido Laborista. Esta formación, que dirigió el destino de Israel durante años, quedó relegada a un rincón de la Kneset, con solo seis escaños. En cambio, las dos coaliciones árabes, Hadash-Ta’al y Ra’am-Balad, obtuvieron seis y cuatro escaños, pese a la baja participación de la comunidad palestina de Israel.

Sus hermanos de Cisjordania lamentaron los resultados. Hanan Ashrawi, de la Organización para la Liberación de Palestina (OLP), señaló que «Israel ha elegido el racismo y el conflicto permanente». El presidente palestino, Mahmud Abás, expresó su esperanza de que las elecciones siguieran «el camino correcto para alcanzar la paz» y aseguró que su mano «siempre está extendida para las negociaciones». Pero no se prevé que el único plan de paz que planea en un horizonte próximo, el de EEUU, agrade a los palestinos. Donald Trump aseguró tener «una mejor oportunidad» en términos de paz «ahora que Bibi ha ganado».