Miles de migrantes africanos vagan por Ventimiglia, atrapados en un cuello de botella de apenas 10 kilómetros que ha convertido a la pequeña ciudad italiana de Lila en el símbolo de la implacable ley de la frontera.

Muchos de ellos intentan llegar a Francia en un tren que tarda nueve minutos desde la localidad italiana, pero en la estación de Menton Garavan hace guardia un furgón de las Compañías Republicanas de Seguridad, el cuerpo especial de la policía gala. Diez agentes entran y peinan los vagones y, si hay inmigrantes, se los llevan.

Las oenegés denuncian su falta de respeto a la legislación francesa y al derecho de asilo. Oxfam acusa incluso a los agentes de frontera de maltratar a niños de apenas doce años y de devolverlos ilegalmente a Italia sin miramientos. Además, la policía cambia hasta su fecha de nacimiento para que figuren como adultos.

También hay informes oficiales que dicen lo mismo, como el presentado el pasado 5 de junio por la Inspección general de lugares de privación de libertad (CGLPL, por sus siglas en francés), un organismo independiente que revela las condiciones «indignas» de los controles realizados en los locales de la policía de fronteras, pequeños, incómodos e insalubres.

Los detenidos no tienen mantas, ni acceso a sus objetos personales. Tampoco hay comida. Solo algunas botellas de agua y magdalenas. Nadie escucha a los que quieren pedir asilo. De hecho, sus solicitudes no se registran ni se tramitan.

El mismo informe denuncia que los menores son tratados como adultos, que no se comunica su presencia a los organismos de ayuda social a la infancia y que, en contra de lo que prevé la ley, no son objeto de protección alguna.

Según datos de la prefectura de los Alpes Marítimos, en el 2017 fueron detenidos en la frontera franco-italiana 49.000 migrantes, 12.000 más que en el 2016, una cifra sin precedentes y, en el 2017, Francia expulsó a 18.000 inmigrantes irregulares. Tras el arriesgado periplo que les ha llevado a Italia desde Sudán, Senegal, Mali, Eritrea o Costa de Marfil, se encuentran varados en Ventimiglia, donde son detenidos a menudo por la policía italiana y trasladados a centros del sur del país.