Si la explosión en China sólo hubiese sido de gas, el número de víctimas hubiese sido mucho menor. La presencia de una gran nube tóxica de sulfuro de hidrógeno (H2S) incrementó el efecto devastador del accidente y expandió su capacidad mortífera en un radio de muchos kilómetros.

El intenso y desagradable olor a huevos podridos es la característica más conocida del sulfuro de hidrógeno. Pero además de maloliente, el sulfuro de hidrógeno es un gas altamente tóxico cuando se encuentra en grandes concentraciones. Su presencia es habitual en los yacimientos de gas natural, ya que es producto de la descomposición de la materia orgánica en la tierra. Se le considera una impureza, por lo que se debe proceder a la dulcificación del gas natural, tal como se llama el proceso de purificación.

Normalmente, el gas natural contiene apenas un 2% de sulfuro de hidrógeno, pero, aparentemente, en el yacimiento de China su concentración era muy superior. Los muertos y heridos fueron víctimas de dos fenómenos: la inhalación del gas nocivo y los efectos de la explosión. Al expandirse en el aire, el H2S forma rápidamente una gran cantidad de neblina fría y mezclas explosivas muy tóxicas. La neblina es más densa que el aire, se arrastra a ras del suelo y en caso de ignición produce una gran lengua de fuego.

MUERTE Unas pocas inhalaciones de alta concentración de este elemento ya pueden causar la muerte. En una concentración de 5 partes por millón, el gas desprende el olor de huevos podridos. Con 100 partes por millón afecta al sistema nervioso y ya puede causar la muerte tras una larga exposición. En una concentración de más de 800 partes mata de súbito. Los efectos de la intoxicación duran años. El gas provoca disminución de la capacidad auditiva y la memoria, además de pérdida de olfato, ansiedad y depresión.