Ocho explosiones en hoteles e iglesias dejaron centenares de muertos en Sri Lanka en el día que los fieles católicos celebraban el Domingo de Resurrección. El recuento oficial provisional eleva la factura a 207 muertos y más de 400 heridos. Se desconoce la autoría del masivo atentado que ha empujado al Gobierno a blindar al país de nuevos ataques con un toque de queda «hasta nueva orden».

El presidente, Maithripala Sirisena, mostró ayer su consternación por la masacre, pidió calma a la población y ordenó que se tomen las medidas «más severas contra los responsables de esta conspiración». El primer ministro, Ranil Wickremesinghe, condenó el «cobarde» ataque. «Llamo a todo el pueblo de Sri Lanka durante este trágico momento a que se mantenga unido y fuerte. El Gobierno está tomando las medidas necesarias para controlar la situación», dijo.

El presidente dictó el toque de queda inmediato e indefinido en la totalidad de la isla de 21 millones de habitantes. También ordenó la centralización de la información a través de los medios oficiales y el bloqueo temporal al acceso a redes sociales como Facebook y Whatsapp para evitar rumores.

VÍCTIMAS EXTRANJERAS / Fuentes hospitalarias informaron de que entre los muertos figuran 35 extranjeros entre británicos, holandeses, estadounidenses, portugueses y chinos. Personal de la embajada española en Nueva Delhi se desplazó a Sri Lanka para intentar contactar con los 92 nacionales registrados en el país.

El titular de la cartera de Economía, Mangala Samaraweera, lamentó la muerte de «muchos inocentes» en lo que parece una «acción coordinada para sembrar la muerte, el caos y la anarquía».

El arzobispo de Colombo, Malcolm Ranjith, solicitó una manifestación popular de apoyo a las víctimas, sugirió al personal médico que regrese al trabajo a pesar de las vacaciones y exigió «un castigo sin piedad» a los «animales» que han causado la tragedia.

Las seis primeras explosiones se registraron con escasos minutos de diferencia sobre las 9 de la mañana (hora local) y al menos dos fueron ejecutadas por terroristas suicidas, según fuentes policiales. La primera bomba detonó en la Iglesia de San Antonio, en la capital, seguida de otra en la Iglesia de San Sebastián, en la localidad de Negombo. Poco después se conocían otros atentados en la Iglesia de Zion, en la ciudad costera de Batticaloa, y en tres hoteles de lujo de Colombo: Cinnamon Grand, Shangri-la y Kingsbury.

Ya pasado el mediodía, y con el país sumido en el caos, un ataque a un hotel en el sur de la capital dejó dos muertos. Y en el suburbio de Orugodawatta, tres policías murieron cuando intentaban capturar a un terrorista suicida. Efectivos policiales se desplazaron rápidamente a los hoteles e iglesias y acordonaron las instalaciones. En la masiva operación posterior detuvieron a ocho sospechosos.

Se trata del peor atentado que sufre la isla del Índico en décadas. Un documento mostrado a la agencia Afp por el jefe de Policía Pujuth Jayasundara incluye una alerta a sus subordinados firmada diez días atrás sobre hipotéticos atentados suicidas en «importantes iglesias». Las instrucciones aclaran que los atentados estaban siendo planeados por el NTJ (National Thowheeth Jamaath), un grupo musulmán radical que ha cometido actos vandálicos sobre estatuas budistas.

Cadávares y destrucción total en la iglesia de San sebastián, en Colombo, ayer. CHAMILA KARUNARATHNE / AP

OLA DE CONDENAS / Los atentados provocaron una ola de condena global. El papa Francisco aludió a ellos al dirigirse a las decenas de miles de fieles congregados en la plaza de San Pedro en un día señalado del calendario católico. «Quiero expresar mi afectuosa cercanía a la comunidad cristiana, golpeada cuando se había reunido para rezar, y a todas las víctimas de esta violencia cruel», afirmó. El presidente de EEUU, Donald Trump, comunicó sus «profundas condolencias» al pueblo esrilanqués y ofrecido su ayuda. El presidente turco, Tayyip Erdogan, calificó los atentados de «un ataque a toda la humanidad» y desde Nueva Zelanda, donde recientemente murió una cincuentena de musulmanes en ataques a mezquitas, su primera ministra, Jacinda Arden, pidió que «entre todos encontremos el deseo y las respuestas para acabar con esta violencia».

Sólo el 6% de la población del país es católica, pero la comunidad cumple la sensible función de apaciguar las tensiones entre las diferentes etnias porque cuenta con fieles entre los tamiles y los cingaleses. Los ataques suponen el fin de una razonable calma desde que la guerra civil terminara una década atrás habiendo dejado más de 250.000 desplazados y 100.000 muertos.

La población sufrió durante 26 años los enfrentamientos entre la mayoría cingalesa, de religión budista, y la minoría hinduista tamil, sin que la comunidad internacional atendiera a los flagrantes crímenes de guerra de ambos bandos.

El Ejército acabó aplastando a los grupos terroristas tamiles, que en plena escalada del caos habían asesinado al presidente Ranasinghe Premadasa y ejecutado decenas de ataques suicidas. Los tamiles denuncian desde entonces los abusos y la discriminación gubernamental.