Banderas rojas, una sala abarrotada y un escenario despejado para Martin Schulz, el hombre del momento. Era el 19 de marzo y Alemania parecía abocada a una era de cambio. Por primera vez en más de una década el Partido Socialdemócrata (SPD) había adelantado a la Unión Demócrata Cristiana (CDU) de la todopoderosa Angela Merkel en las encuestas. Elegido como candidato con una cifra récord del 100% de los votos, Schulz se daba un baño de optimismo ante los suyos y aseguraba que era “el preludio de la conquista de la cancillería”. Nada más lejos de la realidad.

Su perfil era ideal. Carismático, buen orador, europeísta acérrimo y portavoz del cambio y la justicia social, la prensa alemana lo había incluso comparado con Barack Obama. Su relato biográfico ayudaba aún más a lanzarlo. Nacido en 1955 en la pequeña localidad de Würselen (oeste), abandonó la educación secundaria para ser futbolista. Una grave lesión de rodilla quebró su sueño y, sumido en una depresión, cayó en el alcoholismo. La literatura le ayudó a salir del pozo y Schulz empezó a trabajar como librero. Militante socialdemócrata desde los 19 años, entró en política como concejal y a los 30 se convirtió en alcalde de su ciudad, cargo que desempeñó durante 11 años.

El milagro

Desde el podio regional, Schulz demostró una vehemencia retórica que gustó al entonces líder del SPD Gerhard Schröder. Diputado desde 1994, en 1998 hizo las maletas hacia Bruselas. En el 2012 fue elegido presidente del Parlamento Europeo, donde se convirtió en una de las voces más europeístas de la cámara, y a principios de este año decidió volver a casa para arrebatarle el poder a Merkel. Con esta viva imagen de la redención del hombre caído, la socialdemocracia parecía sonreír. Su perfil de 'outsider', además, no le manchaba con los cuatros años de coalición entre el SPD y la CDU.

Con su giro a la izquierda, tratando de recuperar el voto indignado, Schulz era visto como una especie de Bernie Sanders alemán que captaba la atención de los más jóvenes, cansados de la era Merkel, y de los socialdemócratas desencantados. Habló de “corregir” la Agenda 2010, el 'pack' de reformas neoliberales impulsadas en el 2003 por el SPD que le supuso un lastre electoral, e impulsar la justicia social en uno de los países más desequilibrados de Europa. La campaña parecía tener un objetivo y las encuestas le daban hasta un prometedor 33% de los votos.

El fracaso

Llegó mayo y con él los problemas para Schulz. El SPD vio como el camino se empezaba a torcer al perder tres elecciones regionales seguidas. Incluso en Renania del Norte-Westfalia, feudo rojo, los socialdemócratas obtenían sus peores resultados y sucumbían a la CDU. Mientras, Merkel ocupaba el primer plano internacional y recuperaba popularidad en casa tras sus encontronazos con el presidente estadounidense Donald Trump. Schulz empezaba a desesperarse y acusó a Merkel de ser “un peligro para la democracia”.

La crisis diplomática con Turquía, la llegada de refugiados, el auge de la ultraderecha y el tambaleo de la Unión Europea. Schulz se desvió del debate social que le había dado alas e intentó responder, sin ninguna estrategia, a todos los temas que ocupaban la agenda alemana. Desde dentro del SPD empezaron a salir voces críticas y nerviosas que lo acusaron de personalista y de tener un mensaje vacío. “El epicentro del desastre es interno, viene de sus filas. Cuando Schulz dejó de ser él pasó a ser el típico político burócrata del SPD, el candidato del 20%”, asegura Franco Delle Donne, asesor en comunicación política que ha trabajado para el SPD.

Medio año más tarde, aquel espejismo llamado ‘efecto Schulz’ se ha desvanecido por completo. La ilusión ha dejado paso a la frustración; el idealismo, al pragmatismo. El SPD vuelve a certificar que la socialdemocracia alemana y europea está en declive. Como se vio en el único debate contra Merkel, Schulz estaba ya más centrado en reeditar una coalición con los conservadores que en diferenciarse de su rival. “Estoy de acuerdo con la cancillera”, aseguró reiteradamente.