El príncipe heredero saudí, Mohamed Bin Salman, y el presidente turco, Recep Tayyip Erdogan, son dos gallos atrapados en el mismo corral: los dos tienen la intención de dominar el mundo musulmán. La desaparición y posible asesinato del periodista Jamal Khashoggi en el consulado saudí de Estambul está poniendo en aún más aprietos sus complicadas relaciones. La cuerda que les une, ya de por sí delgada y maltrecha, está quebrándose.

«Turquía era el odiado poder colonial por los saudís durante siglos, cuando los otomanos reclamaban como suyos y controlaban los centros sagrados del islam, incluida la Meca», escribe Robert Pearson, analista del Middle East Institute de Washington.

En la actualidad, Turquía está expandiendo su influencia militar con bases en Catar, Somalia y una futura en Sudán. Eso causa gran miedo en Arabia Saudí, los Emiratos Árabes y Egipto. A muchos árabes no les gustan los intentos actuales de Turquía de restablecer una influencia neootomana en la región.

Oriente Próximo está dividido en unos bloques -existentes desde hace décadas- que las revueltas en la primavera del 2011 ayudaron a redefinir. Uno de ellos está liderado por Arabia Saudí y Egipto, a los que los sigue el siempre fiel séquito de Emiratos Árabes Unidos, Kuwait, Jordania y Omán. Al otro lado, justo en frente, está Irán seguida de Siria -la de Bashar el Asad-, Catar, parte de Irak y la milicia libanesa de Hizbulá

La Turquía de Erdogan busca ser una tercera vía para crear otro bloque, a la sombra del pasado imperial otomano. El mejor amigo de Turquía en la región es Catar: Ankara tiene mejores relaciones con Teherán y sus aliados que con Riad y los suyos.

Difícil equilibrio

El caso Khashoggi ha complicado los planes del presidente turco. Erdogan y su Gobierno se juegan mucho: el dinero que proviene del golfo Pérsico suma cerca del 9% de las inversiones extranjeras en Turquía; el dinero que proviene de Arabia Saudí, se calcula, es la mayoría de esa parte. Si ese flujo de divisas parase de llegar a Ankara, la economía del país se resentiría todavía más de lo que ya lo está.

Estambul, además, se ha convertido en una ciudad refugio para los Hermanos Musulmanes, un grupo panárabe, islamista y conservador con el que Erdogan se siente próximo. El presidente turco ha protegido y acogido a sus miembros, muchos de los cuales huyeron de Egipto después del golpe de Estado liderado por Abdelfatá Al Sisi en el 2014.

Tanto El Cairo como Riad consideran que los Hermanos Musulmanes son una organización terrorista y una gran amenaza para propia su seguridad nacional.