«No mentir, no robar y no traicionar». Frente a una plaza de la Constitución colmada, lejos de las formalidades institucionales, Andrés Manuel López Obrador (AMLO) prometió guiarse por esos mandamientos. Durante su ceremonia de investidura presidencial, entre la algarabía y el sentido de la urgencia, dijo a la multitud que recibía un país en quiebra. Le pidió además «paciencia y confianza». La «purificación de la vida pública de México» no será tarea sencilla, reconoció AMLO, pero todo será peor si aquellos que lo votaron y lo aclamaron le dan la espalda o se desencantan pronto. «Sin ustedes, los conservadores me avasallarían fácilmente. Les pido apoyo porque reitero el compromiso de no fallarles; primero muerto que traicionarles».

AMLO dijo que quiere gobernar en especial para los pobres, y lo aseguró delante de Nicolás Maduro, uno de sus invitados a la toma de posesión. Las fuerzas conservadoras ya saben con quién compararlo cuando den por terminados los días de concordia. López Obrador ha intentado diferenciarse desde el primer minuto, y no solo por el hecho de recibir el bastón de mando de representantes de los pueblos indígenas. Su anuncio de un proceso de amnistía para los presos políticos y la cancelación de las acusaciones penales contra activistas y luchadores sociales ya le han valido las primeras críticas del Partido de Acción Nacional. En el Zócalo, como se conoce a la plaza de la Constitución, auguró que la guerra interna terminará porque se propone buscar la «hermandad» entre los mexicanos.

Maduro no dejó de aplaudir su discurso. «Muchas gracias porque viniste», le dijo su anfitrión, según la cadena venezolana Telesur. Pero su presencia fue repudiada por diputados de derechas y un grupo de intelectuales, entre los que se encuentra el excanciller Jorge Castañeda. «No eres bienvenido», rezaron algunos carteles en la calle.