Con el último trámite legal formalizado, la adopción del acuerdo de retirada del Reino Unido de la UE en el Consejo (integrado por los estados miembros), se cierra un proceso de divorcio complicado que ha necesitado de más de dos largos años de negociaciones. Empresas y ciudadanos tendrán sus derechos garantizados, al menos hasta el 31 de diciembre del 2020 en que expirará el período transitorio del brexit -si no hay prórrogas añadidas, que hasta que no llegue la fecha no se podrá asegurar-, pero desde esta medianoche el Reino Unido se convertirá oficialmente en un país tercero y dará el portazo a una relación tormentosa de 47 años y un mes.

¿Cómo es posible que más de 40 años después de votar por abrumadora mayoría su incorporación a la familia europea decidan salir? «Para algunos es el miedo a perder soberanía, para otros la inmigración y hay quien nos culpa a nosotros porque no dimos lo suficiente a David Cameron (el primer ministro británico que convocó el referéndum) cuando vino a Bruselas pidiendo nuevas excepciones para Gran Bretaña», señalaba este pasado miércoles el eurodiputado liberal belga, Guy Verhoftstat.

El brexit, en su opinión, empezó escribirse mucho antes del referéndum del 23 de junio del 2016, que sacudió políticamente a los 27. Verhofstat sostiene que arrancó el día en el que Londres empezó a arañar excepciones y cheques para diseñarse un traje a medida, echando el freno a cualquier proyecto destinado a impulsar la integración política. «Todas estas excepciones, todos los vetos hicieron que la UE no fuera capaz de actuar eficazmente: siempre poco y tarde», lamenta el belga, siempre interesado en qué iba a suceder.

Esa ha sido la tónica en la relación de amor-odio de la UE y el Reino Unido durante este periodo.

INVITACIÓN / Los seis países fundadores -Francia, Alemania, Italia, Bélgica, Holanda y Luxemburgo- invitaron a mediados de la década de los 50 al Gobierno británico a entrar en las negociaciones que servirían posteriormente para crear la Comunidad Económica Europea. Convencidos de que como potencia mundial que eran tendrían más oportunidades comerciales fuera, el conservador Harold MacMillan, el primer ministro por aquel entonces, rechazó la oferta desde el primer momento.

Esto no impidió que el resto de países aliados lanzaran el proyecto de integración económica en 1957. Cuatro años después, MacMillan daba marcha atrás y llamaba a la puerta europea. Desconfiado con el renovado interés británico y temeroso de que quisieran hundir el proyecto, el presidente francés, Charles de Gaulle, vetó su ingreso en 1963 y en 1967. Mientras estuvo en el poder el bloqueo se mantuvo pero una vez retirado, la paz regresó al eje París-Londres y el Reino Unido logró incorporarse el 1 de enero de 1973, al mismo tiempo que Irlanda y Dinamarca.

Las tiranteces llegaron un año después. El primer ministro laborista Harold Wilson prometía renegociar las condiciones de adhesión y un referéndum de permanencia. La consulta se produjo en el año 1975 y la permanencia salió victoriosa con holgura: 67,2% de votos a favor y 32,8% en contra. Los choques entre Bruselas y Londres, sin embargo, volverían a reavivarse con la llegada de Margaret Thatcher al gobierno en 1979.

THATCHER / La dama de hierro convirtió el presupuesto europeo y la contribución británica en su prioridad más absoluta al entender que Londres aportaba demasiado a las arcas comunitarias y obtenía poco a cambio. La frase «¡quiero que me devuelvan mi dinero!» se convirtió en su eslogan más conocido. Cinco años después, arrancaba lo que ha pasado a la historia como el cheque británico, una especie de compensación financiera que ha seguido vigente hasta hoy.

La salida de escena de Thatcher no disminuyó el euroescepticismo británico que siguió arrancando excepciones. Las más evidentes, el mantenimiento de la libra y el derecho a no formar parte del euro y la exclusión del espacio de libre circulación de Schengen.

El golpe de gracia, sin embargo, lo terminó de dar Cameron. Como sus predecesores, llegó a Bruselas en busca de nuevas excepciones y prometió un referéndum en el que, esta vez sí, aunque por un estrecho margen, se terminó de consumar el desamor. «Echaremos de menos su energía», admitió con pena ayer la vicepresidenta de la Comisión, Margrethe Vestager. Ahora comienza el duelo.