Kim Jong-un recibirá a Moon Jae-in en Pionyang en septiembre. El anuncio del tercer encuentro entre los presidentes de ambas Coreas llega con la euforia inicial del proceso de desnuclearización enterrada y sintiendo ya las previsibles turbulencias. Son días ásperos entre Corea del Norte y Estados Unidos, frustrados por el escaso brío ajeno para cumplir los compromisos de Singapur. Son días para que el admirable Moon despeje de nuevo el camino.

Kim y Moon se verán en algún momento indeterminado del mes próximo. Los negociadores que han acordado la cita en la aldea fronteriza de Panmunjon no desvelaron la fecha. No aclararon si Kim sugirió el día 9, cuando celebrará el 70º aniversario de la fundación del país con pompa, confetis y el innegociable desfile militar. Denuncia Corea del Norte que su intención de certificar el fin de su aislamiento ha sido torpedeado por las presiones de Washington para que los dirigentes internacionales desoigan las invitaciones. Ri Son Gwon, negociador del sur en Panmunjon, sorteó las preguntas sobre la fecha y aludió a la relevancia de la cumbre. «Si los asuntos que se trataron en las conversaciones intercoreanas y otras reuniones no se resuelven, entonces podrán emerger problemas imprevistos y todos los puntos de la agenda toparán con obstáculos», alertó. Esa acumulación de abstracciones apunta a los desvelos de Seúl, principal artífice del proceso de paz, por el ambiente enrarecido entre Pionyang y Washington.

Moon y Kim ya se encontraron en la frontera en abril y mayo. En aquellas cumbres presidenciales (las primeras en una década) se sellaron los compromisos por la paz en una península aún en estado teórico de guerra y se aceitó la reunión de Singapur entre Kim y Donald Trump. El presidente estadounidense aireó el éxito de las negociaciones, anunció que la desnuclearización empezaría de inmediato y decretó el fin del problema norcoreano. Los meses siguientes han aguado su triunfalismo y solo los ignorantes o los cínicos pueden sorprenderse. Los expertos ya habían alertado de que un acuerdo de desnuclearización exige varios años de negociaciones y muchos más para ser implementado.

Aquel acuerdo, apenas medio folio con vaporosas referencias a la paz y al entendimiento entre pueblos, no contemplaba ninguna garantía de cumplimiento: ni la entrega de un listado pormenorizado de armas e instalaciones, ni la fiscalización del desarme por inspectores internacionales, ni un calendario. El proceso quedó en manos de la buena fe de las partes, y hoy ambos acumulan reproches.

EEUU sostiene que los análisis de imágenes de satélites revelan que Pionyang sigue fabricando misiles intercontinentales en su base de Sanumdong y está ampliando otras instalaciones ligadas a su programa nuclear. El secretario de Estado, Mike Pompeo, informó dos semanas atrás al Senado de que Pionyang está elaborando uranio y plutonio. Esa presunta violación de los compromisos firmados ha devuelto el protagonismo a los halcones de Washington, visiblemente incómodos. Dicen que la paciencia se agota y lamentan que Pionyang no haya correspondido con la cancelación de ejercicios militares conjuntos con Corea del Sur en la península, ni ha destruido el 60% de su arsenal nuclear.

El relato norcoreano es opuesto. Pionyang recuerda que aprobó una moratoria unilateral de lanzamientos de misiles y ensayos nucleares, liberó a prisioneros estadounidenses, devolvió los restos de soldados muertos en la guerra y destruyó su principal silo nuclear para salvar una cumbre que Trump había amenazado con cancelar. Y que aún espera que Estados Unidos levante una sola de las sanciones que estrangulan su economía. La disparidad de interpretaciones quedó subrayada en la última visita de Pompeo a Pionyang: Kim no le concedió audiencia, a diferencia de las dos anteriores, y la prensa afeó su actitud gansteril por llegar con muchas exigencias y ninguna contrapartida. Corea del Norte acusó esta semana a Washington de utilizar el «viejo guión» de las sanciones y aseguró que nunca renunciaría a sus «conocimientos» nucleares porque la hostilidad estadounidense es irremediable.

Así está el partido: Pionyang exige el final de las sanciones económicas y un tratado de paz que la haga sentirse menos amenazada, y Washington se opone hasta que no vea síntomas más claros de desarme. Las esperanzas descansan de nuevo en Moon, un tipo discreto y paciente que lidia con los dos líderes más levantiscos y ególatras del planeta.