En 1889 Gustave Eiffel eligió el rojo. Tres años más tarde se pintó de ocre. Luego de amarillo. Con el tiempo se fue oscureciendo y pasó a tener un tono tostado al que se añadió un poco de rojo en 1954. Pero desde 1968, el lugar más emblemático de París tiene un color propio: “marrón Torre Eiffel”.

Ahora, como cada siete años, volverá a recibir una capa de pintura, 60 toneladas para ser exactos, un elemento esencial para la conservación del monumental entramado de hierro desde el que se divisa la Ciudad de la luz a 324 metros de altura. No es solo una cuestión de estética, la pintura también la protege de la erosión e impide que sus piezas metálicas se debiliten y pongan en peligro el equilibrio de una estructura de 10.000 toneladas de peso.

La operación de lavado de cara es digna de ver porque para aplicar la pintura se recurre a acróbatas suspendidos a la Torre con arneses. Sin embargo, este año la cosa se complica por una desagradable sorpresa. Las diecinueve capas de pintura que se han ido acumulando desde que el ingeniero Eiffel la levantó en los Campos de Marte para conmemorar el centenario de la Revolución francesa no le sientan bien al edificio.

En algunas zonas se agrieta y no serviría de nada pintar encima, según ha explicado a ‘Le Parisien’ el director de mantenimiento técnico de la Sociedad de explotación de la Torre Eiffel (Sete) la empresa que gestiona el monumento. Así que, una vez hecho el diagnóstico, se ha tomado la decisión de lijar nada menos que 25.000 metros cuadrados, el tamaño de tres campos de fútbol, un 10% de la superficie total.

Si la obra supone en sí un reto colosal, el hecho de que el revestimiento usado durante años contenga plomo la convierte en un auténtico quebradero de cabeza porque las partículas tóxicas que se desprendan durante la fase de decapado son un riesgo para la salud de trabajadores y turistas.

En obras a partir de octubre

Para protegerles, se instalarán grandes lonas en las áreas más afectadas por la corrosión, entre la planta baja y el primer piso, sobre todo los pilares sur y este. Ochenta obreros especializados se encargarán a partir de octubre de la ingrata tarea de eliminar los restos del pasado acumulados en el hierro.

De manera paralela, arquitectos de los monumentos históricos de París y del Ministerio de Cultura analizarán las diferentes manos de pintura aplicadas a la Torre desde 1898. Lo harán en un taller, con técnicas similares a las que se siguen en la restauración de cuadros, para determinar si conviene introducir matices en el color actual, ligeramente más oscuro en la parte baja para darle un aspecto más estilizado.

La previsión es que las obras, presupuestadas en 40 millones de euros, se prolonguen tres años. Mientras dure la operación de ‘lifting’, la Torre Eiffel permanecerá abierta al público.

Perímetro de seguridad

A partir del próximo 14 de julio, también habrá cambios en el recinto exterior porque para entonces estará listo el nuevo perímetro de seguridad diseñado para proteger al monumento más visitado del mundo de un posible ataque terrorista.

En las caras norte y sur, es decir frente al Sena y los Campos de Marte, se levantará un muro de cristal antibalas de 3,24 metros de alto y 65 milímetros de grosor, mientras que los accesos este y oeste se cerrarán con vallas metálicas.

Como el resto de París, la Torre Eiffel sufrió una caída del turismo tras los atentados del 2015 pero dos años más tarde había superado el bache. La Torre, que cumplirá 130 años en el 2019, recibió en el 2017 más de 6 millones de visitantes.