Kim Jong-un supervisó ayer por la mañana el ensayo de una nueva arma. Se desconoce de qué se trata pero basta el anuncio para intuir el por qué: Corea el Norte está perdiendo la paciencia ante la terquedad estadounidense en mantener las sanciones económicas. La prueba es un gesto medido que sirve para enviar un mensaje diáfano pero sin cruzar la línea roja que dinamitaría el proceso de desnuclearización.

La sucinta nota llegó en la agencia oficial KCNA. El ensayo tuvo lugar en instalaciones sin identificar de la Academia de Ciencias de Defensa que el líder había visitado para inspeccionar a la soldadesca. Se trata de una arma «táctica» con un «peculiar sistema de guía aérea» y una «poderosa cabeza explosiva» que fue disparada «desde diferentes superficies hacia diferentes objetivos». Los expertos, juntando esos retales, especulan con un misil de corto alcance lanzado desde un barco que podría ser convertido en un proyectil tierra-aire, aire-tierra, barco-barco o cualquier alternativa imaginable. «Su desarrollo tiene una gran importancia en la mejora de la fuerza de combate», aclaró ayer Kim Jong-un. Las agencias estadounidenses que escrutan el país asiático no han detectado hoy ningún lanzamiento y ni Washington ni Seúl han comentado aún el presunto desafío norcoreano.

El régimen estalinista de Pyongyang ya probó otra etérea «arma táctica» que blindaría al país con «un muro de acero» cuando las negociaciones estaban estancadas en noviembre tras la primera cumbre de Singapur. El reciente fracaso en Hanoi, de donde partieron Trump y Kim sin ningún acuerdo, ha multiplicado el escepticismo en Pionyang sobre la voluntad estadounidense de resolver un problema que se arrastra durante 70 años.

La culpa fue de las sanciones: según Washington, Kim exigió su levantamiento integral a cambio de la icónica central de Yongbyon; según Pyongyang, sólo pretendió que terminaran las que afectan a la vida de su pueblo.

El régimen de Corea del Norte subrayó su estupefacción por la escasa flexibilidad estadounidense y alertó de que Kim podría haber perdido su interés en seguir con el diálogo.

Las demostraciones de fuerza norcoreanas revelan que la estrategia de máxima presión estadounidense es estéril.