Skyler tiene solo 12 años y una pregunta tan demoledora como habitual para muchos menores en Estados Unidos, un país donde las escuelas no están libres de la plaga de la violencia de armas de fuego que, según datos de la Brady Campaign, cada día dejan en el país 96 muertos (34 de ellos en homicidios) y otras 222 personas heridas: «¿Soy la siguiente?»

Skyler, no obstante, no tiene solo ese miedo, escrito en letras negras sobre una cartulina amarilla. También tiene la conciencia, pese a sus pocos años, de que quiere dejar de tenerlo, «por mí, por mis amigos y por mi familia». Y por eso ayer, tras viajar desde Virginia con su padre y su novia y su abuela, fue una de las cientos de miles de personas que llenó la Avenida Pensilvania de Washington DC para participar en en la Marcha por nuestras vidas, una gran manifestación organizada por los estudiantes del instituto Marjory Stoneman Douglas de Parkland (Florida), escenario de la última gran masacre escolar de un país tan acostumbrado a ellas que parecía anestesiado.

La protesta, apoyada por cerca de 800 manifestaciones y actos de solidaridad en otros puntos del país y del planeta, fue un éxito de convocatoria que apunta a la salida de ese letargo. Constata el potencial del movimiento a favor de un mayor control y regulación de las armas de fuego que los adolescentes de Parkland lograron poner en marcha, una marea que ya está teniendo más efectos prácticos que otras reacciones anteriores a masacres en tiroteos escolares como Columbine o Newtown. Y cuando Cameron Kasky, uno de los adolescentes de Parkland, gritó desde el escenario central en Washington «bienvenidos a la revolución», no se sintió que exageraba.

La generación que nació tras Columbine y el 11-S se ha acostumbrado a acudir a «escuelas que son como prisiones, con puertas cerradas y guardias armados», como cuenta Joshua Patterson, un joven de 19 años que llegó con su padre desde Great Neck (Nueva York). Es la generación de gente como Edna Chavez, una angelina hispana que perdió a su hermano por un disparo, que decía desde el escenario: «aprendí a esquivar una bala antes que a leer». Y es esa generación que vive como parte de la rutina ensayos para prepararse para posibles tiroteos y a la que muchas veces les pasa como a Madeline Clay, una adolescente texana: «no pensaba que era raro hasta que supe que en otros países no sucede».

Se han hartado y dijeron «nunca más». Pero algo más ha cambiado. Clay, por ejemplo, se puso en la camiseta una pegatina que recuerda que quedan solo 227 días para las elecciones legislativas. Son en noviembre y para entonces ella y muchos como ella ya podrán votar. Y esa es buena parte de la fuerza de este movimiento, que está poniendo sobre aviso al presidente Donald Trump (que se ha marchado el fin de semana a Mar-a-Lago) y a los políticos, sobre todo republicanos, entregados al apoyo económico y organizativo del lobi de las armas y de la Asociación Nacional del Rifle: «La juventud está mucho más concentrada y en mi escuela, en mi comunidad, veo que la gente se está involucrando más», cuenta la adolescente, que participa en esfuerzos para registrar votantes. «Llega un punto en que hay que poner las vidas de los niños por delante del derecho a tener armas. Hay que hacer algo».

Poder en las urnas / Esa es la fuerza con la que hablan otros muchos participantes en la manifestación de ayer, jóvenes como Liz Hay, de 18 años, que llegó con cerca de 50 compañeros desde un suburbio de Filadelfia. «No vamos a olvidar a la hora de votar», advierte. Su pancarta dice «basta» pero conversar con ella es entender otras de las razones que hacen este movimiento tan poderoso. Muchos de sus protagonistas son jóvenes que se mueven como nadie en las redes sociales pero que son capaces de articular discursos perfectamente argumentados. «Nuestras demandas son razonables», asegura Hay, que cita al menos tres: elevar a 21 años la edad en que se puede adquirir un arma, cerrar lagunas legales en la comprobación del historial de los potenciales compradores o prohibir los complementos que convierten las armas semiautomáticas en máquinas de matar aún más letales.

Otros con más edad sienten que están ante algo poderoso. Como Marty, la abuela de la pequeña Skyler. «Soy optimista porque estos jóvenes saben hacerse oír. Están tocando todos los temas que hay que tocar y haciendo todo lo que hay que hacer. Gente como mi nieta es parte de la solución. En 20 años podrá volver la vista atrás y ver que ayudó».