John Cantlie es uno de los últimos rehenes en poder de las huestes de Abú Baqr al Bagdadi. Las autoridades británicas y las milicias kurdosirias creen que el fotógrafo, capturado en el 2012, está aún vivo en manos de sus secuestradores, quienes estarían intentando negociar pasaje libre a cambio de su liberación. Su familia y amigos, en especial su hermana Jessica, se han movilizado y piden en las redes sociales información sobre su paradero.

Desde el principio del cautiverio, Cantlie entendió mejor que ningún otro rehén la filosofía y los principios que empujaban a los secuestradores, y supo adaptarse como nadie a las circunstancias. Sabía qué buscaban los captores, qué actitudes respetaban, y qué comportamientos despreciaban. Detentar el mismo pasaporte también ayudaba a entenderlos mejor. Al fin y al cabo, los combatientes que gestionaban el macrosecuestro eran británicos, sus paisanos, y habían crecido en el mismo país, en paisajes urbanos y ambientes muy similares.

En el 2014, las milicias del EI fueron expulsadas del noroeste de Siria por grupos armados y los secuestradores se vieron obligados a organizar la compleja operación para trasladar a veinte rehenes hasta Raqqa, su capital entonces, utilizando rutas desérticas y caminos secundarios.

Durante la apresurada evacuación, John fue introducido en la parte posterior de una camioneta, esposado a otro rehén de nacionalidad francesa y con una manta cubriéndole la cabeza. El vehículo arrancó y por primera vez en muchos meses, el fotógrafo británico sintió el aire fresco golpeándole el cuerpo y hasta el rostro. Su satisfacción fue tal que emitió un ostentoso sonido gutural mientras la camioneta avanzaba a gran velocidad en dirección hacia el este: «¡¡Yuhuuuu!!».

John es un excelente coach, y consciente de su savoir faire, repartía consejos entre sus compañeros de cautiverio con el fin de hacer más llevadera aquella dramática experiencia. Recomendaba evitar los altibajos emocionales, controlar la inevitable euforia que seguía a la recepción de alguna buena noticia desde el exterior, para así evitar con posterioridad la aparición de posibles episodios depresivos. «Todo lo que sube baja», repetía con su autoridad moral en el grupo.