Un tuit con el viento de cola adecuado basta para iniciar una revuelta. Japón debate estos días sobre la discriminación laboral de la mujer y la frontera entre estética y salud después de que la recepcionista de una funeraria lamentara la obligación de calzar zapatos de tacón.

La última heroína del #metoo en Japón se llama Yumi Ishikawa, tiene 32 años, exhibe ante la prensa estos días sus zapatillas deportivas y, además de su ocupación a tiempo parcial en la funeraria, es escritora y actriz. En aquel tuit lamentó que los zapatos provocan heridas en los pies y dolor en la espalda baja y dificultan el movimiento. Y todo por una cuestión de formalidades, sentenció. Recibió 67.000 adhesiones, fue reenviado 30.000 veces y espoleó el amontonamiento de testimonios similares. Ishikawa aprovechó para emprender la campaña #kutoo, un sutil juego con las palabras kutsu (zapatos) y kutsuu (daño).

La roca ya rodaba ladera abajo. Una petición en la plataforma change.org para que el Ministerio de Salud, Trabajo y Bienestar prohíba la exigencia de zapatos de tacón ronda ya las 20.000 firmas. Ishikawa sostiene que esa obligatoriedad de facto en las entrevistas de trabajo y en muchas empresas es un signo de acoso y de discriminación laboral sexista. La campaña coincidió con el inicio de la temporada de reclutamiento laboral.

Una funcionaria recibió con simpatía la iniciativa y aclaró que nunca antes algo parecido había llegado hasta el Ministerio, ha desvelado la activista. Su superior ha enfriado el optimismo. El ministro Takumi Nemoto defendió el miércoles en un comité legislativo la casuística vigente como socialmente aceptada, necesaria y razonable.

APARIENCIAS

Detrás están los corsés sociales. La cultura empresarial japonesa exige traje, corbata y zapatos oscuros para ellos y faldas y tacones para ellas. Un paseo por cualquier distrito comercial o financiero japonés revela un escasísimo margen para la afirmación personal a través del atuendo. Algunas compañías permiten a los hombres las camisas de manga corta y perdonan la corbata en los meses de canícula desde que años atrás el Gobierno estimulara el ahorro en aire acondicionado. La campaña #kutoo aspira a una flexibilidad parecida para las mujeres pero jubilar los zapatos de tacón no supone ningún beneficio energético ni económico. Es una cuestión puramente de género y Japón ocupa el puesto 110 entre 149 países en el índice de igualdad que elabora el Foro Económico Mundial. La pelea, pues, se prevé ardua.

Revela Ishikawa que ha recibido más atención de la prensa internacional que de la nacional y que esta incide más en la salud que en el género cuando aborda el asunto. Hay un problema con la creencia de que la apariencia en el lugar de trabajo es importante para las mujeres y no para los hombres, afirmó Ishikawa en una entrevista a la agencia AP.

YUGOS PATRIARCALES

La rebelión de las mujeres contra los zapatos de tacón, desdeñados como yugos patriarcales, se ha intensificado en los últimos años. Una ciudadana británica consiguió que su empresa levantara la obligación de llevarlos tras sus quejas, una provincia canadiense los prohibió en 2017 por el riesgo de lesiones y el director del Festival de Cine de Cannes se había disculpado dos años antes por apartar de la alfombra roja a las que carecían de ellos. Julia Roberts caminó descalza en la edición siguiente.

La reacción del Ministerio japonés evidencia los contracuerpos sociales que genera la audaz campaña del primer ministro, Shinzo Abe, para llevar a la mujer al mercado laboral. Le empujó la creciente escasez mano de obra provocada por el envejecimiento demográfico y la falta de inmigrantes. Los resultados son decepcionantes. La participación de la mujer en el trabajo ha subido del 46% en el 2012 al 50% actual, pero esa entrada ha sido a través de contratos temporales y peor pagados. Ninguna de las 225 compañías del índice Nikkei están presididas por mujeres y no hay altas ejecutivas en el 73% de las empresas japonesas.

El país genera cíclicos escándalos discriminatorios. Yuka Ogata, una concejala de la ciudad de Yumamoto, fue forzada a abandonar el pleno al que había acudido con su bebé en brazos. Lo hizo para subrayar las dificultades de compatibilizar la vida personal y laboral y denunciar que la única solución ofrecida tras meses de súplicas era que contratara a una niñera. El pasado año se supo que las principales universidades de medicina habían inflado durante años las notas de acceso de los hombres para apartar a las mujeres.

El #metoo en Japón está lejos del brío alcanzado en Corea del Sur, otro país asiático con serios problemas de género, pero ha permitido debates sobre usos sociales discriminatorios en el ámbito laboral. Muchas mujeres se rebelaron el pasado año contra el giri choco o el chocolate que deben regalar a sus colegas de oficina en San Valentín. Nació como una cortesía el siglo anterior y ha degenerado en una imposición social onerosa y molesta.