El gran lobi de las armas de EEUU es una criatura de costumbres. Cada vez que un tiroteo de masas sacude las conciencias del país, la Asociación Nacional del Rifle (NRA) calla durante unos días para que afloren las pasiones y se sequen las lágrimas. Pero no es más que el preludio de su furibundo contrataque. Y esta vez no ha sido diferente.

Una semana después de la masacre en Parkland, su presidente compareció en un foro conservador para defender a la América armada y presentarla como la víctima de una conspiración de las élites, los demócratas y los medios para quitarles las armas y destruir la libertad individual. «Deberían estar ansiosos y asustados. Dios no lo quiera, pero si estos socialistas a la europea recuperan el Congreso y la Casa Blanca podríamos perder nuestras libertades americanas», dijo Wayne LaPierre en el foro del CPAC.

El gran mérito de su organización es haber convertido el debate sobre las armas en un asunto político, como el aborto o el presupuesto de Defensa. Rifles y pistolas son símbolos de la libertad individual. Y la Segunda Enmienda, de la que se deriva el derecho a portar armas, la principal garantía contra el despotismo y la tiranía.

PROPAGANDA / En esa narrativa, propagada con tanto éxito entre sus cinco millones de afiliados y los nueve millones más que dicen simpatizar con su trabajo en las encuestas, la NRA es el guardián desacomplejado del hombre pequeño, del patriota ninguneado por el poder y acechado por toda clase de amenazas. Pero esa es una narrativa falsa o, como mínimo, incompleta porque detrás de la fachada populista se esconde una relación simbiótica con la industria de las armas.

«La NRA se disfraza como una fundación para los deportes de tiro, pero, de facto, es la patronal de los fabricantes de armas. Cada año recibe millones de dólares de la industria y está más dedicada a representar sus intereses que aquellos de los propietarios de armas», asegura Josh Sugarmann, director del Violence Policy Center, una organización que aboga por la regulación de las armas. En el 2015, la NRA recaudó 336 millones de dólares. Casi la mitad los sacó de las cuotas de sus afiliados, que pagan desde 40 dólares por una subscripción anual a 1.400 por una vitalicia. El resto vino de grandes donaciones, de acuerdos comerciales con empresas o de la publicidad que satura sus revistas, webs y eventos. No todas se dedican a las armas. También hay aseguradoras, hoteles, compañías de alquiler de coches y bancos, que ofrecen descuentos a los miembros de la NRA.

Por ahí entra el dinero de la industria de la muerte. Fabricantes como Beretta, Smith & Wesson y Springfield Armory están entre los grandes contribuyentes a su programa Ring of Freedom. MidwayUSA patrocina la reunión anual de la NRA con sus afiliados, y otros como Taurus y Sturm Ruger le pagan automáticamente un porcentaje de cada pistola o rifle que venden. «Si la NRA se opone a la prohibición de las armas de asalto, no es porque las considere esenciales, sino porque la industria las necesita como mercado. El negocio ya no viene de las escopetas y los revólveres de seis balas. La industria se ha militarizado y el grueso de los beneficios viene de los rifles de francotirador, las pistolas semiautomáticas o los rifles de asalto», dice Sugarmann.

TIROTEO DE MASAS / Estos últimos, particularmente el AR-15, la versión civil de los M-16 que llevan los soldados estadounidenses en Irak o Afganistán, se han convertido en el arma predilecta para los tiroteos de masas. Con ese rifle se perpetraron las masacres del instituto de Parkland, del concierto de Las Vegas, de la discoteca de Orlando o de la escuela de Sandy Hook.

Aunque no lo parezca por la cantidad de muertes que siguen provocando, más de 30.000 al año, sigue cayendo la proporción de hogares con armas en EEUU. En 1977 estaban en la mitad de los hogares, hoy en aproximadamente un tercio.

Ese declive ha empujado a la NRA a hacer campañas entre las mujeres y los más jóvenes para expandir la cuota de mercado, al tiempo que fomenta toda clase de temores apocalípticos para mantener a su cliente más fiel: el hombre blanco de mediana edad. «Huracanes. Tornados. Disturbios. Terrorismo. Pandilleros. Criminales solitarios. Estos son los peligros a los que con toda seguridad nos enfrentamos. Comprar una pistola no es una cuestión de paranoia, sino de supervivencia», escribió LaPierre, su presidente, en el 2013.

La industria necesita un clima de terror en la calle y amenazas regulatorias en Washington para mantener la salud de su negocio. Se vio durante la presidencia de Barack Obama, «el vendedor del año», como lo retrataban jocosamente los carteles de muchas armerías. Cada vez que se reabrió el debate sobre el control de armas, las ventas se dispararon por el temor a que se endurecieran las leyes.

Con el actual presidente, el republicano Donald Trump, en cambio, está pasando todo lo contrario.