El otoño europeo está dominado por las incertidumbres. No solo el sempiterno brexit sigue lejos de resolverse de forma ordenada, sino que la desaceleración económica ha introducido nuevos riesgos en la eurozona, donde la extrema derecha avanza (Alemania, Italia, Francia, España, Austria, Bélgica y Holanda), persiste la inestabilidad política (España y Bélgica siguen sin Gobierno) y existe un fuerte cuestionamiento social a las políticas gubernamentales.

En el frente exterior, la Unión Europea (UE) continuará sometida a la hostilidad política y comercial de su teórico principal aliado, Estados Unidos, y a la presión de Rusia, determinada a que se respeten sus intereses. Pese a los desarrollos en la política exterior y de seguridad en los últimos años, la UE no logra resolver los conflictos en su periferia, desde Ucrania al Sahel pasando por la cuestión migratoria. En otoño, también se dejará sentir que Europa carezca aún de una respuesta global y coherente al reto económico, tecnológico y geoestratégico que plantea China, cuya influencia política ya se ha afianzado en el interior del viejo continente (Italia, Grecia, Europa Oriental y Balcanes).

SITUACIÓN DE BLOQUEO / El brexit seguirá bloqueando el desarrollo político europeo y consumiendo energías a ambos lados del Canal de la Mancha que deberían dedicarse a otros problemas acuciantes, como la reactivación económica y la lucha contra la desigualdad social y la precariedad laboral.

Pese a las victorias de la oposición parlamentaria británica esta semana contra los planes del premier Boris Johnson de promover una salida abrupta de la UE el 31 de octubre, la Comisión Europea ha acelerado los preparativos y las ayudas disponibles para esa eventualidad, debido a que la extrema volatilidad política británica no ofrece muchas garantías. Aunque finalmente se apruebe un nuevo aplazamiento del brexit, continuará sin existir una mayoría parlamentaria para aprobar el Tratado de Retirada pactado con la UE, cuya negociación los Veintisiete se niegan a reabrir y que ya fue rechazado en tres ocasiones por la Cámara de los Comunes.

La fuerte expansión de la ultraderechista Alternativa para Alemania (AfD) en las elecciones regionales de Sajonia y Brandeburgo del 1 de septiembre indica que los democristianos y socialdemócratas de la coalición gubernamental se muestran incapaces de responder satisfactoriamente al malestar de la población. Más allá del uso electoral de la inmigración, el estudio de Johannes Hillje Retorno a los abandonados políticamente: conversaciones en los bastiones de la extrema derecha en Alemania y Francia revela que los votantes de esos partidos se consideran abandonados por sus gobiernos, a los que acusan de desatender sus problemas cotidianos en materia de deficientes servicios públicos, infraestructuras, transportes y seguridad.

Cuando aún no se han recuperado las secuelas de la crisis financiera del 2008, la desaceleración económica, con Alemania en recesión e Italia sin crecimiento, ha reabierto el debate sobre la utilización de la política presupuestaria para estimular la economía. Pero el Gobierno alemán de Angela Merkel se muestra reticente a abandonar su política de austeridad y de déficit cero, pese a la grave crisis industrial que atraviesa el país.

A pesar de las loas a la política de austeridad de Berlín y la Comisión Europea, la realidad es que la recuperación económica europea de los últimos años solo se logró gracias a la política de inyecciones masivas de fondos adoptada por el Banco Central Europeo (BCE), siguiendo el ejemplo de la Reserva Federal norteamericana con varios años de retraso. Ese programa europeo concluyó en el 2018. Ahora, el BCE ha anunciado que prepara un nuevo plan de estímulos económicos, pero que será insuficiente si no va acompañado de un incremento de la inversión pública de los gobiernos europeos.

Incluso en países como España, cuyo crecimiento duplica la media de la eurozona, la distribución cada vez más desigual de la riqueza y la precariedad de la inmensa mayoría de los nuevos contratos de los últimos años debilitan la capacidad de crecimiento económico sostenido. Durante la última década, por ejemplo, el salario medio español ha perdido alrededor del 9% de poder adquisitivo, según el último informe de Adecco.

«La desigualdad no es económica, ni tecnológica, sino fruto de las decisiones ideológicas y políticas de las élites y las clases dominantes», destaca el economista Thomas Piketty en su último libro, Capital e ideología. «Las élites y las grandes empresas utilizan las rebajas de impuestos para perpetuar esa desigualdad», subraya Piketty.