Mientras la cúpula de los conservadores y socialdemócratas negocia un programa de gobierno, Berlín aprovecha el primer domingo soleado del año. Familias y jóvenes pasean por Friedrichshain-Kreuzberg, el distrito de la contracultura okupa de la capital convertido en un lugar de moda, carne de la explotación urbanística.

Barrio marcadamente inmigrante, ha sido testigo del hundimiento del Partido Socialdemócrata (SPD). Si en las elecciones federales del 2002 obtuvo un 39,2% de los votos del barrio, en el 2017 se quedó en el 15,9%, siendo superada por otros partidos de izquierda. «No hay razón para votarlos por que no ofrecen nada diferente a Merkel, no van a cambiar las cosas», asegura Levin, de 30 años. Como este votante de Die Linke, muchos otros jóvenes hartos de la cancillera y de los gobiernos de gran coalición sienten que el SPD ha «perdido el contacto con la realidad». El grueso de los votantes socialdemócratas son mayores de 60 años.

«Si un partido socialdemócrata tiene cero éxitos en ocho años, ¿cuántos años necesita para darse cuenta de que su estrategia es equivocada?» Aunque fueron escritas en 1926, las palabras del escritor alemán Kurt Tucholsky resuenan con fuerza. En las dos últimas décadas el SPD ha pasado de ser un actor político determinante a convertirse en el apéndice de la cancillera. Mientras Schröder obtuvo el 40,9% de los votos en 1998 y conquistó el poder, el 24 de septiembre Schulz se quedó con tan solo un 20,5%, el peor resultado de su historia. Pese al claro castigo, el partido ha repetido la fórmula.

La llamada Agenda 2010 fue el principio del ocaso del SPD. Impulsado por Schröder, este paquete de reformas neoliberales permitió a Alemania iniciar una recuperación macroeconómica, pero a costa de una creciente desigualdad, de la precarización laboral y de una restricción de las ayudas a los más pobres. «Aquí empiezan los problemas porque se hicieron políticas contra los trabajadores», lamenta Delara Burkhardt, vicepresidenta de las juventudes socialdemócratas, los Jusos.