Los desvelos por la paternidad se le presuponen lejanos a Justin, barbilampiño y con uniforme colegial. "Tengo miedo de que mis hijos no crezcan en un Hong Kong libre", afirma. Es uno de los miles de estudiantes que han boicoteado el inicio del curso escolar para gritarle sus inquietudes a su Gobierno local y a Pekín. "Antes de que empezaran las protestas me juntaba con los amigos los fines de semana para ir de compras o al cine, ahora voy a las manifestaciones", continúa.

Para los jóvenes hongkoneses ha llegado la hora de corregir una anomalía: que disfrutando de una sociedad altamente tecnificada y cosmopolita, del más epatante contorno de rascacielos en Asia y de la mayor concentración de millonarios por metro cuadrado, la democracia (si la entendemos como la libertad de elegir a los líderes) les siga esquiva.

Los estudiantes de secundaria se han juntado este lunes por la mañana en la Plaza de Edimburgo. La variedad cromática de esos uniformes colegiales de raíz británica son un sano contraste con el negro innegociable de los universitarios que se desparraman sobre los vecinos jardines del Parlamento local. Todos configuran la primera generación con la mutación del gen pragmático hongkonés. La lucha democrática en la isla estuvo monopolizada durante décadas por media docena de tipos como el legislador Long Hair o Leung Kwok-hung, escrutado entonces con interés antropológico por sus compatriotas: por qué empleaba su tiempo en vaguedades como la democracia en lugar de concentrarse en amasar dinero como el resto. Incluso la juventud, tradicional reducto de idealismo, le señalaba como a un excéntrico.

CALDO DE CULTIVO ECONÓMICO

Pero el dinero ya no fluye por la colonia como antes. Los jóvenes no se benefician del auge económico de la China interior y ven a sus compatriotas como una amenaza, las desigualdades se han disparado y la burbuja inmobiliaria les bloquea el acceso a la vivienda. Y en ese caldo de cultivo económico estalló el bing bang. Fue la Revuelta de los Paraguas del 2014, cuando miles de jóvenes ocuparon las calles durante tres meses para exigir la dimisión del entonces jefe ejecutivo, CY Leung, y un sufragio universal sin filtros de candidatos. Es difícil no calificarla de fracaso si atendemos a esos objetivos pero su éxito fue intangible: sembró la conciencia política de una generación que en el futuro regirá los destinos de la excolonia.

"Fue un shock", recuerda Katy Liu, estudiante universitaria de Diseño. "Entonces paseaba por las tiendas de campaña con curiosidad pero no me quedaba. Ahora no me pierdo una manifestación", añade. Persiste la brecha generacional con unos padres vacunados contra el idealismo y que ven las protestas como un atentado estéril contra la salud económica. Para los jóvenes son un precio razonable. "Ellos ya tienen una casa y un buen trabajo, por eso apoyan al Gobierno y me dicen que Estados Unidos nos ha lavado el cerebro", revela.

La convulsión de los últimos meses han formado nuevos grupos de amigos y aflojado otros. Los jóvenes más inquietos se buscan entre sí y se han alejado de los que conservan sus hábitos prosaicos y epicúreos. Los debates sobre sufragio universal, democracia o igualdad social son cotidianos, especialmente desde que la ley de extradición catalizó las protestas. "Nunca antes había hablado de política, ahora me preocupa perder mis derechos", revela Justin. Condena la violencia policial y perdona la de los activistas porque, dice, ya intentaron la vía pacífica. Él, estudiante del Colegio de St. Joseph, no la ejercerá porque sus creencias católicas no la permiten. A los 17 años son más disculpables los discursos confusos.

PENSAMIENTO HUMANISTA

Desde Pekín se ha acusado al sistema educativo liberal hongkonés de incubar las convulsiones sociales. Ya en el instituto se enseña pensamiento humanista: los problemas sociales, la ley, las relaciones con el continente... se estimula el debate y el razonamiento crítico, rehuyendo las posturas extremas y fomentando el pluralismo. Es un sistema opuesto al baño patriótico del continente que Pekín quiso imponer en la excolonia en el 2012. Las protestas sociales devolvieron la reforma educativa al cajón.

Es evidente el contraste en los centros hongkoneses entre los estudiantes locales con los llegados del interior, focalizados en el esfuerzo académico, sentados siempre en las primeras filas de la clase y desdeñosos con las cuestiones paralelas. "Hay un 20% de estudiantes en mi clase del continente y están aislados. Es un proceso natural, no forzado, que se ha intensificado en estos meses. Sencillamente somos demasiado diferentes. No tengo ni un solo amigo chino", desvela Emma Tung, estudiante de sociología de 19 años.

TRAS LA MASCARILLA

También los quinceañeros emulan algunos hábitos de los mayores que cada fin de semana se citan con los antidisturbios para zurrarse sin tiento. Muchos de ellos hablan detrás de una mascarilla en un acto diurno y de carácter familiar y festivo. Una chica con coletas me susurra que puede haber espías chinos infiltrados pero no me aclara qué consecuencias podría causarle que la situaran aquí. Otro cuenta que siempre había querido ser policía y que ha cambiado de opinión.

Con todas sus contradicciones, certezas y miedos, esta es la generación con la que tendrá lidiar Pekín en las próximas décadas y no es probable que pueda revertir la mutación genética con la habitual receta económica. En los jóvenes ha anidado la conciencia política y la desconfianza hacia Pekín. "China siempre querrá controlarnos, nuestra lucha no terminará nunca", remata Katy. Su amigo Mike duda cuando le pregunto si un buen empleo y una bonita casa adormecerían sus pretensiones democráticas. "Bueno todas las personas son avariciosas. Y los hongkoneses aún más", remata con una sonrisa.