En septiembre del 2017 se estrenó la película de Marcelo Antúnez Policía Federal. La ley es igual para todos. El filme cuenta en parte la historia de Sergio Moro, el juez provincial que en julio de ese mismo año había condenado a ocho años de prisión a Luiz Inácio Lula da Silva por haber recibido un apartamento de parte de un empresario. Moro estuvo presente en la gala de estreno y fue tratado como una celebridad más de la ficción. Su rostro adusto y la sobreactuada convicción de sus principios lo habían convertido en estandarte de la ascendente ultraderecha de Brasil. Todavía faltaba más de un año para el triunfo electoral de Jair Bolsonaro.

Nunca ocultó su raigambre conservadora. Declarado admirador de Trump y su lejano antecesor Roosevelt, recordado por su exaltación del «gran garrote», Moro adquirió una súbita relevancia en el marco de las investigaciones del caso Lava Jato que desnudaron los modos oscuros de financiación de la política a través de la obra pública y, en particular, la petrolera estatal Petrobras. Poco o nada se sabía antes de él. Su nombre, sin embargo, ya había aparecido en las filtraciones de Wikileaks del 2009 como participante de una jornada de entrenamiento en contraterrorismo que se realizó en Estados Unidos.

Moro no tardaría en alcanzar el primer plano a medida que se debilitaba el Gobierno de Dilma Rousseff. La corrupción en Petrobras minó la credibilidad de los partidos tradicionales y poderosos empresarios. El juez estuvo en la primera línea del combate ejemplar. La película de Antúnez lo presenta como un sabueso implacable. Pero desde que el exagente de la CIA Edward Snowden reveló que la NSA se había infiltrado en la red informática de Petrobras, se sabe que la causa Lava Jato no pudo haber comenzado sin los millones de correos electrónicos y llamadas relacionadas con el funcionamiento de la petrolera en poder de la inteligencia estadounidense.

Moro tuvo desde el principio un blanco selectivo: Lula. «¿El apartamento es suyo?», quiso saber cuando se encontraron cara a cara. El expresidente lo negó. «¿Seguro?», insistió el interrogador. «Seguro», repitió el interrogado. «¿Entonces no es suyo?», volvió a preguntar. «¿Ni un poquito?», machacó el magistrado, sin suerte. «¿O sea, que usted niega que sea suyo?», se empecinó. «Lo niego», escuchó de Lula. «¿Y cuándo lo compró?», se obstinó. «Nunca», le contestó. «¿Y cuánto le costó?», perseveró. Con los meses, dictó sentencia. Bolsonaro lo premió con el Ministerio de Justicia. Moro esperaba tener un lugar en el Supremo. Todo parece indicar que ha comenzado su eclipse.