Alaa lo recuerda a la perfección: estaba realizando el servicio militar cuando todo empezó. De eso hace justo ocho años. Siria, el país de Alaa, se empezaba a llenar de pintadas en las paredes que anunciaban que Bashar el Asad era el siguiente, que su futuro sería el mismo que el de Hosni Mubarak en Egipto y Ben Alí en Túnez, derrocados en una ola de manifestaciones que amenazaba, en esos momentos, con acabar con todo lo que se le pusiese por delante.

A las pintadas les siguieron las manifestaciones y, tras unos meses, la represión. Alaa la vio en todo su esplendor: "La tensión era insoportable. Los soldados nos vigilaban todo el día a los que hacíamos el servicio militar. No había un solo momento de descanso. Veía cómo capturaban a inocentes para luego torturarlos y matarlos porque sí", explicaba, hace unos meses, Alaa, que ahora vive en Estambul.

Ahora, ni alto ni bajo, treinta y pocos años, piel clara pero curtida por una viruela violenta en la infancia, ojos azules y pelo negro, Alaa es uno entre millones. Concretamente seis, los seis millones y medio que, durante estos ocho años de guerra, han huido de su país.

Las cifras son espectaculares: antes de que todo pasase, Siria tenía 22 millones de habitantes. Seis millones y medio han escapado de sus fronteras; otros seis, han tenido que desplazarse dentro del país para huir de las líneas del frente y los kalashnikovs. De las milicias armadas y los aviones rusos. De los mil y un grupos armados y los bombardeos constantes. De los RPGs y de los coches bomba. De una guerra, en definitiva, que espera agazapada y atenta en cada esquina.

Según las estimaciones, 223.161 civiles sirios han muerto desde marzo de 2011 a la actualidad. Pero esta cifra no es del todo cierta porque solo suma a los muertos que han sido identificados. Los desaparecidos la mayoría de los cuales están, por supuesto, muertos también se cuentan por varios cientos de miles.

Estos muertos, además, tienen nombres y apellidos y, por supuesto, responsables. El 90%, dice el Observatorio Sirio por los Derechos Humanos (OSDH), han muerto a manos del régimen de Bashar el Asad y de sus aliados, las milicias enviadas y pagadas por Irán, y Rusia, quien, con sus aviones y sus dos bases militares en Siria, controla los cielos del país árabe. Es Putin y no Asad, de hecho, quien hace y deshace a su antojo en el oeste del paísa.

DE REVUELTA A GUERRA CIVIL

Pero volvamos al principio. Alaa hacía el servicio militar y las primeras revueltas, a medida que se hacían masivas, eran reprimidas con más celeridad por Damasco. Militares se negaban a participar en las acciones del Ejército y, muchos, vaciando los arsenales del Gobierno, desertaban a facciones rebeldes. De esta forma se creó, como coalición de milicias opositoras, el Ejército Libre Sirio (ELS). Alaa se unió a una de ellas.

Así, en la primavera del 2011, la revolución se convirtió en guerra. Faltó poco para que acabase con el presidente sirio: durante los tres primeros años de conflicto, los rebeldes rodearon Damasco, que, a cada día que pasaba, estaba más cerca de caer.

Pero entonces, en el 2014, Putin salió al rescate de Asad. Las tornas de la guerra, en el oeste de Siria, giraban. En el este también. Aprovechando el caos en la región, Abu Bakr al Bagdadi, en Mosul, proclamó ante el mundo el Estado Islámico de Irak y Siria (EI). Gente de todo el planeta tanto salafistas como conversos radicalizados volaban a Siria para morir y dejarse matar por la yihad y el califato autoproclamado. Sin embargo, su sueño, ahora, con el EI a punto de caer territorialmente, se ha convertido en pesadilla.

UN GANADOR

Gracias al apoyo de Rusia e Irán, Bashar el Asad consiguió salvar su cargo, posiblemente su vida y, sobre todo, coinciden todos los analistas, ganó la guerra. Aunque aún haya combates y facciones opositoras luchando en Siria, ninguna le puede ya hacer sombra al presidente sirio. A Asad, le pese a quien le pese, le quedan años de gobierno por delante.

Y a quién le pesa, por supuesto, es a esos que intentaron hacer la revolución, hace justo ocho años. Alaa entre ellos. "Mientras él esté nunca volveré. Escapé del Ejército y luché contra él Si me capturasen no sé que harían. No quiero saberlo", dice desde Estambul, donde ha encontrado trabajo y, ahora, quiere cursar, por fin, sus estudios universitarios. A Alaa la guerra le confiscó los mejores años de su vida.

Los sirios que huyeron de los combates a una edad ya avanzada, en su mayoría, desean volver cuando todo termine, esté quién esté gobernando en Damasco. Pero hay una generación, la de gente joven, a la que ya nada le espera en su propio país. Esos, probablemente, nunca volverán.