Después de siete años y cerca de 500.000 muertos, la guerra civil siria se acerca al final, al menos en su formato militar. Siguen los bombardeos y los muertos civiles, y habrá atentados durante varios años. La paz es algo más que la ausencia de guerra. El vencedor en esta fase es el régimen de Bashar el Asad, un premio excesivo porque es el principal responsable de lo ocurrido. Pero la alternativa islamista era peor. Con él gana su patrocinador, Vladímir Putin, que recupera músculo político en Oriente Próximo, la zona más peligrosa del mundo.

Uno de los riesgos es creer que con la derrota del califato en Irak y Siria ha desaparecido el problema. El EI regresará a su orígenes: un grupo especializado en atentados masivos contra civiles, sean en El Sinaí, Bagdad, Kabul o París. No descarten nuevos ataques en suelo europeo. El EI buscará un país en el que asentarse y Afganistán es el candidato porque ya tienen una presencia creciente. En algunas zonas compiten con los talibanes; en otras, cooperan.

EEUU, Rusia, Hezbolá, Irán, los kurdos y Turquía, aunque de manera más ambigua, tenían un objetivo común: derrotar al Califato. El fin superior difuminó las diferencias. La posguerra, un término que aún es prematuro en Siria, dejará pasó a un mapa regional más complicado de leer en el que se multiplican los peligros de confrontación entre antiguos aliados.

La guerra contra el EI ha dado un gran protagonismo a los kurdos, un pueblo diseminado en cuatro países. Les traicionó el Reino Unido tras el desplome del imperio otomano al final de la Gran Guerra y ahora parece que les va a traicionar Trump. Los kurdos de Siria, agrupados en las Unidades de Protección Popular (YPG en sus siglas en kurdo), han sido la fuerza de choque que ha derrotado al EI. Estados Unidos les entregó las armas que necesitaban. A diferencia de los kurdos iraquís no tienen veleidades independentistas. Se sienten sirios. Su relación con el régimen de El Asad nunca fue buena, pero ahora cooperan en varias zonas del país. Su autonomía de facto comienza en el 2011 con la primavera árabe. Tenían prohibido hablar su lengua.

La voluntad de Trump

Para el régimen de Ankara las YPG son terroristas. Bajo esta excusa ha cruzado la frontera para atacarles en Afrín, que consideraba un objetivo fácil. La operación tenía tres objetivos: lectura interna, colocarse en el pastel del posconflicto en Siria y medir la voluntad de Trump. EEUU tiene tropas y vehículos de combate en la vecina Manbij, donde se han dejado ver con su bandera al viento para que todos sepan que están ahí, pero no han movido un dedo en Afrín. Turquía y EEUU son aliados en la OTAN. En Siria no siempre han estado en el mismo bando.

Erdogan ha empleado en la ofensiva de Afrín a miembros del Ejército Libre de Siria, la organización que Occidente vio como su mejor opción en los primeros años de la guerra civil, y hoy reducida a un ejército de alquiler. El régimen de Asad apoya a la YPG con los que colabora militarmente en alguna zonas, pero no ve con malos ojos que Ankara les rebaje los humos. Con su éxito militar contra el EI y el apoyo de EEUU (veremos si se mantiene) están políticamente envalentonados.

Turquía ha cambiado de bando. Primero apoyó a los islamistas; su frontera fue zona de paso de armas, petróleo de contrabando y combatientes extranjeros. Luego jugó contra el EI, pero sin pasión. Tiene buenas relaciones con Irán y Qatar, lo que le convierte en rival automático de Arabia Saudí y Egipto, dos de los amigos de Estados Unidos. Irán ha condenado la incursión turca de Afrín, pero sin hacer demasiado ruido porque ellos también tienen kurdos.

Desconcierto estadounidense

Para complicar las cosas, la aviación de EEUU ha bombardeado esta semana posiciones de combatientes leales a Damasco. Al parecer mató a un centenar. Rusia se apresuró a condenar la «presencia ilegal» de tropas de combate estadounidenses en el interior de Siria. Moscú también tiene tropas, pero cuenta con la invitación de Asad. EEUU sigue sin saber quién es su amigo en Siria. srael lleva siete años observando la partida desde la barrera. De vez en cuando ataca posiciones de Hezbolá o de Irán (aliados de Asad). El derribo este sábado por parte de las defensas sirias de un F16 de su fuerza aérea añade más tensión al polvorín.

Es una guerra sin bomberos, solo abundan los pirómanos. Hablamos de un teatro en el que nunca hay que fiarse de lo que se dice ni lo que parece. Nadie está leyendo historia ni repasando la hemeroteca de estos 15 años. Si todo esto les parece un galimatías imposible de entender, no se preocupen, a Trump le debe pasar lo mismo.