Pocas personas han sido tan influyentes en la vida de Donald Trump como Roy Cohn, el abogado que representó al magnate en los años setenta, cuando trasladó a la Gran Manzana el negocio inmobiliario levantado por su padre en la periferia neoyorkina. Mano derecha del senador McCarthy durante la caza de brujas contra el comunismo, Cohn hizo de la demagogia, los ataques y la propagación de toda clase de teorías conspiratorias las señas de identidad de su trabajo. Trump no tardó en hacer suyas aquellas tácticas, empleadas ahora en su respuesta al proceso de destitución que enfrenta en el Congreso. Un agresivo contrataque que ha hecho sonar las alarmas en algunos sectores del país por sus aparentes incitaciones a la violencia.

Con la ayuda de los republicanos, que en gran medida han cerrado filas en torno a su líder, el presidente se ha lanzado a desacreditar la denuncia anónima que puso en marcha el caso y presentar la maniobra demócrata como un golpe encubierto y cocinado desde las cloacas del Estado. Una narrativa que ha ido acompañada de amenazas hacia el informante y los demócratas al frente del impeachment o las invocaciones nada sutiles a una guerra civil. «Si los demócratas tienen éxito en apartar al presidente del cargo, provocarán una fractura semejante a una guerra civil de la que la nación nunca se recuperará», retuiteó Trump reproduciendo unas palabras del pastor baptista Robert Jeffress.

Desde que el proceso se puso en marcha con la investigación de impeachment, Trump ha tuiteado compulsivamente en las redes sociales, presentándose como la víctima inocente de una vasta conspiración para subvertir el resultado electoral del 2016. Una teoría que está utilizando para alistar a sus bases de cara a las elecciones y la batalla política que se avecina. «He llegado a la conclusión de lo que está pasando no es un impeachment, sino un golpe, que aspira a quitarle el poder al pueblo, sus libertades, su segunda enmienda, su religión, el Ejército, el muro fronterizo y los derechos que Dios ha concedido a los ciudadanos», escribió el martes después de que la presidenta del Comité Nacional Republicano invocara también el «golpe» para referirse al impeachment.

Sus aliados no dejan de insistir en que la denuncia del informante que destapó el caso y sentó las bases para investigar al presidente por sus gestiones en Ucrania no es más que la última estratagema de los poderes ocultos del Estado para acabar con él. Una cábala que incluiría a la inteligencia, la diplomacia o el aparato de seguridad. «No hay duda de que el informante es un agente del Estado profundo», dijo el domingo Stephen Miller, uno de los asesores de la Casa Blanca. El presidente respondió sin contemplaciones. Dijo que el informante es «casi un espía» que «falsificó» el contenido de su conversación con el presidente ucraniano, a pesar de que coincide al dedillo con la transcripción parcial que ofreció la Casa Blanca, y sugirió que debería ser juzgado por traición y castigado con la pena de muerte. Receta muy similar a la que prescribió contra Adam Schiff, el presidente demócrata del Comité Judicial de la Cámara baja, encargado de presentar los cargos que servirán para formalizar el juicio político contra el republicano. «¿Arresto por traición?», tuiteó Trump hace unos días. Tanto el abogado del informante como los demócratas le han acusado de incitar a la violencia contra los suyos. «El presidente no se da cuenta de lo peligrosas que son sus afirmaciones», dijo Nancy Pelosi. Otros en su partido se han dejado arrastrar por la retórica incendiaria. «El impeachment no es suficiente para Trump. Tiene que acabar en la cárcel en confinamiento solitario», afirmó la diputada Maxine Waters.