El país más pequeño de África es a su vez uno de los mayores símbolos para representar la histórica opresión que subyuga al continente. Fueron las tierras de Gambia las que inspiraron a Alex Haley para escribir la novela Raíces, en la que Kunta Kinte, un personaje mitad ficticio mitad inspirado en los antepasados del escritor, encarna la lacerante herida de la esclavitud. Y es también uno de los estados donde más escandalosa ha resultado la impunidad con la que un dictador sometió a todo un pueblo mientras las antiguas potencias colonizadoras miraban hacia otra parte.

Hoy, una estatua inmortaliza al negro cimarrón que abrió el camino para romper las cadenas. Y hace dos años, Yahya Jammeh debió huir a Guinea Ecuatorial, donde le cobija Teodoro Obiang, ante la presión popular e internacional. Pero el pueblo gambiano no olvida. Ya nada se podrá hacer contra los hombres blancos que se adueñaron del porvenir de un sinfín de generaciones, pero sí es posible que el sátrapa, de 54 años, responda por sus abusos ante la justicia. Ayer se estrechó un poco más el cerco para lograrlo con la declaración de tres mujeres valientes que, de la mano de Human Rights Watch (HRW) y TRIAL International, han dado el paso de acusarle de violación y abusos sexuales.

Sabido es el amplio catálogo de desmanes del exdirigente, con ejecuciones extrajudiciales, desapariciones forzadas y torturas, pero poco se conocía de su despotismo en la intimidad. En un país de profundo arraigo islámico y con una granítica tradición patriarcal, resulta más que complicado que las mujeres alcen la voz, más aún contra el líder de la nación, por temor al estigma de propios y extraños. La víctima otra vez víctima. Pero algo está cambiando en un país decidido a pasar cuentas con el lastre de un macabro pasado que no le deja progresar.

RED CLIENTELAR / El tirano ofrecía dinero, becas de estudio en el extranjero y privilegios para las familias de las chicas. Un paternalismo que al poco tiempo revelaba su auténtico propósito: «Estar disponibles para tener relaciones sexuales con el presidente», explica Reed Brody, abogado de HRW que lidera el proceso judicial contra Jammeh y que ya logró que el dictador chadiano Hissène Habré fuera condenado a cadena perpetua por crímenes contra la Humanidad. Funcionarios y personal de palacio han confirmado las palabras de Brody.

Una hoja de ruta que el dictador siguió con Fatou Jallow, conocida como Toufah, reina de la belleza en el 2014. Jammeh agasajó a la ganadora con 1.250 dólares, obsequios varios y la instalación de agua corriente en casa de sus padres, todo un lujo para la mayoría de hogares gambianos.

El dictador llegó a pedirle matrimonio. «Yo era una adolescente ingenua y dije que no, pensando al principio que bromeaba», expone la joven de 23 años. Al poco la llamaron para un evento oficial, pero en palacio, Jammeh la encerró en un cuarto y le inyectó un líquido que la debilitó tras dirigirse a ella totalmente fuera de sí: «No hay ninguna mujer que yo no pueda tener», recuerda Toufah, emocionada, que le dijo el dictador. Minutos después la violó brutalmente.

Toufah decidió entonces tomar su pasaporte, cubrir su cara con un velo y viajar clandestinamente a la vecina Senegal, sin llamar a sus padres, temerosa de que le rastrearan la llamada. En menos de dos meses logró asilo en Canadá, donde ahora reside, tiene dos empleos para costearse sus estudios de Trabajo Social y recibe terapia.