Casi 20 años habían trancurrido tras el caótico final de la URSS, y una clase de adinerados empresarios ya se había consolidado en el país en el que durante más de siete décadas estuvo prohibida toda forma de propiedad privada. Mijail Fridman, fundador de Alfa Bank, el banco privado más importante de la federación e integrante desde muy temprana edad de ese escogido elenco de beneficiarios por las privatizaciones de las antiguas empresas estatales soviéticas, era el invitado-estrella en la edición del 2011 de la Feria del Libro que se celebra anualmente en Leópolis, su ciudad natal, en el oeste de Ucrania.

Tras pronunciar unas palabras en ucraniano y excusarse ante la audiencia por no haber hablado el idioma materno en los últimos 30 años, Fridman, recién imputado por la Audiencia Nacional por graves delitos económicos en la adquisición de una empresa española, no solo explicó al detalle sus ideas acerca de la profesión, sino que mencionó algunas de las cualidades que, según su punto de vista, se requerían para triunfar en los negocios. Y aquella intervención se transformó en una hobbesiana profesión de fe en la que describió al mundo empresarial como un ecosistema aparte, con reglas propias, donde solo los oportunistas y las personas prestas al combate podían sobrevivir.

"Sana tendencia al oportunismo"

"La primera cualidad específica es una sana tendencia oportunismo; en las relaciones personales, la vida familiar o las amistades no es bueno, pero en los negocios es algo muy útil", destacó, mediado su discurso. "Los negocios implican concentrarse en el conflicto.... hay que estar preparado para defender tus intereses de forma fiera de vez en cuando; pienso que de todos los tipos de actividad humana, la empresa es lo más cercano a una guerra.... si alguien acepta esta clase de guerra y puede vivir con la idea de conflicto, entonces tendrá éxito", detalló a continuación, como si de un curso para reporteros en zonas de conflicto se tratara.

Nadie duda que este ingeniero de metales de 55 años y confesión judía, poseedor de un patrimonio valorado en 15.400 millones de dólares, quinto hombre más rico de Rusia y posicionado en la casilla 79 de la lista de billonarios mundiales elaborada por Forbes, ha librado, y muchas, batallas de calado. Una de las que más titulares generaron en su día fue la que se desarrolló a finales de la pasada década por el control de TNK-BP, la tercera petrolera rusa en términos de producción. Un agrio conflicto enfrentó a Fridman y sus socios de origen soviético, Víktor Vekselberg y Leónid Vlavántik, por un lado, con el gigante de los hidrocarburos British Petróleum, accionistas ambos a partes iguales. Durante el tiempo en que se mantuvo viva la disputa hubo de todo, desde registros súbitos de las oficinas por parte de agentes del Ministerio del Interior, hasta denuncias de "acoso" por parte de Bob Dudley, el director ejecutivo enfrentado a los tres millonarios rusos, sintiendo incluso su vida aamenazada en algún momento. Son unas recriminaciones no muy distantes a los delitos que le imputa ahora el fiscal José Grinda en la quiebra y compra del grupo Zed.

Lejos de las sanciones

Por alguna razón inexplicable para quienes han seguido de cerca su carrera, Fridman ha sorteado las sanciones que han afectado de lleno a muchos otros oligarcas rusos tras la anexión de Crimea, y que les impiden hacer negocios más allá de las fronteras rusas. Reside en Londres, y ha cultivado con esmero su imagen de hombre alejado de los manejos del Kremlin, una circunstancia en la que la combativa prensa independiente rusa está en completo desacuerdo. Según reveló Nóvaya Gazeta en el 2012, Alfa Bank jugó un papel primordial en el blanqueo de dinero que generó la estafa del denominado 'caso Magnitsky'. Además, Alfa-Endo, subsidiaria del banco, tiene como empleada, nada más y menos, que a Masha Fessen, la hija de Vladímir Putin. Maria (o Masha) dirige un proyecto médico, financiado por esta entidad filantrópica vinculada a Fridman, para ayudar a niños con enfermedades endocrinológicas.