«El brexit no es un error, es un desastre». «El brexit es una gran oportunidad que debemos aprovechar». «En lugar de una nueva elección, deberíamos tener un segundo referéndum». «¿El brexit? Una pesadilla». Más de tres años después del referéndum, el Reino Unido sigue irreconociblemente dividido y peleando sobre Europa. La salida de la UE es la razón por la que el próximo jueves los británicos volverán a votar en una elección general, la tercera desde el 2015. La propia cita, rompiendo con el ciclo estipulado de cinco años de legislatura, es un signo de una crisis política permanente.

En esta larga y tediosa batalla, la sociedad se ha fracturado y se han roto las lealtades tradicionales a las tribus políticas. Destacados laboristas antieuropeos de viejo cuño, que lucharon ferozmente contra Margaret Thatcher, piden ahora el voto para Johnson, ante la neutralidad de Jeremy Corbyn con el brexit.

El exprimer ministro Tony Blair defiende el voto táctico. En el bando opuesto, otro exprimer ministro, el conservador John Major, y uno de los grandes patriarcas del partido, Michael Heseltine, piden el voto contra Boris Johnson. «El brexit nos hará más pobres y más débiles. Hará daño a los más desfavorecidos y tendrá un gran impacto en los jóvenes. Y puede romper en última instancia el Reino Unido», sentenció Major esta semana.

IDEOLOGÍA EXTREMISTA / El brexit no es solo Europa. El término lleva consigo una carga ideológica, de antiglobalización, antiinmigración, exaltación patriótica, que inflama los ánimos. Johnson ha arrebatado el discurso al extremista Nigel Farage, hundido ahora, y ha activado un populismo que, de acuerdo con los sondeos, funciona. La idea central que trata de inculcar a los votantes es que solo necesita la mayoría suficiente para apretar el voto y liquidar el problema. Así de fácil. El brexit, ha explicado, es «un plato precocinado, listo para ponerlo en el microondas». Con el empujón de los votantes podrá meterlo en el horno, «y estará cocinado antes que el pavo en Navidad».

En el último debate con Corbyn del viernes, Johnson repitió trece veces: «Resolvamos el brexit». Es el mantra que quiere clavar en el cerebro de los británicos. Una frase equívoca detrás de la que no hay nada. «‘Resolvamos el brexit’ tiene el mismo sentido que el ‘Hagamos América grande de nuevo’, de Donald Trump», explica Philippe Marlière, profesor de Política Europea de la University College de Londres (UCL). «Como eslogan tiene fuerza, como contenido político está vacío».

UN COMPLEJO ACUERDO / Johnson trata de confundir a los votantes, pero Marlière apunta a lo que es obvio: «Si Gran Bretaña deja la UE después de las elecciones, eso solo sería el principio de un largo y doloroso proceso de negociaciones comerciales, sobre todo con la UE».

Johnson va aún más lejos con su venta fast food y promete sacar adelante el más complejo acuerdo comercial en la historia del país en solo 11 meses. Cuando esta semana le preguntaron por la posibilidad de que a finales del 2020 no hubiera acuerdo, su respuesta fue engañosa. «Simplemente, eso no va ocurrir». La negociación pendiente «es enorme, probablemente cuatro o cinco veces más grande que la negociación del acuerdo de retirada y va a absorber una gran cantidad de esfuerzos del Gobierno», recordaba al diario The Guardian Philip Rycroft, el funcionario británico que estuvo al frente, entre el 2017 y el 2019, del Departamento para Salir de la UE como secretario permanente.

La imposición de una salida de Europa tan brutal como la que ha puesto Johnson sobre la mesa refuerza en Escocia la voz de los independentistas del Partido Nacional Escocés (SNP) y aumenta las posibilidades de un segundo referéndum. En Irlanda del Norte, el pacto de Johnson, imponiendo una frontera en el Mar de Irlanda, que encima niega, con regulaciones y aranceles con Gran Bretaña, acerca más a los noirlandeses a Dublín. Los temores de los unionistas están justificados. El partido que juró defenderles, les abandona. La radicalización con el brexit ha llegado a tal punto que en un sondeo de YouGov, en junio, la mayoría de los miembros del Partido Conservador estaban dispuestos a permitir la marcha de Escocia e Irlanda del Norte, si ese era el precio para Inglaterra por dejar la Unión Europea.