No está claro si es una operación de lavado de imagen o una expresión genuina del profundo malestar que recorre el Departamento de Justicia, pero es muy poco habitual que un alto cargo del gabinete de Donald Trump se atreva a criticar abiertamente al presidente. El pataleo ha partido del fiscal general del Estado, William Barr, el hombre acusado por los demócratas de haber sacrificado la teórica independencia de su departamento para convertirlo en un bufete jurídico al servicio de Trump. «Haré lo que considere correcto. No me voy a dejar acosar ni influenciar por nadie», dijo Barr en una entrevista refiriéndose a las constantes presiones del presidente. Una entrevista en la que también se quejó de la perturbación que causan los tuits de Trump.

Las lágrimas de cocodrilo de Barr llegan en pleno escándalo por la decisión adoptada por su departamento en el caso de Roger Stone, el exasesor político del presidente que se enfrenta a una pena de varios años de cárcel tras haber sido condenado por intimidación de testigos, perjurio y obstrucción a la justicia durante la investigación de la interferencia rusa en las elecciones del 2016. Este mismo lunes Justicia recomendó una pena de entre siete y nueve años para Stone, horas antes de que Barr interviniera para rebajarla, un movimiento insólito que provocó la renuncia de cuatro de los fiscales del caso en señal de protesta. La decisión de Barr llegó después de que el presidente entrara en cólera en las redes, criticando las recomendaciones de su Departamento de Justicia.

«Esta es una situación horrible y muy injusta», escribió Trump. Barr siempre ha actuado como un perro faldero de la Casa Blanca, de ahí que se haya interpretado sus protestas como una operación de relaciones públicas para tratar de restaurar la imagen de independencia de su departamento. «¿Tengo que actuar en función de lo que considere correcto o recular por un tuit?», dijo Barr para instar al presidente a callarse en Twitter.