Donald Trump prometió desde twitter que Kim Jong-un no lanzaría su prometido misil intercontinental o ICBM antes de fin de año. El reto lo ganó el líder norcoreano y le sobraron cinco meses. El segundo ICBM llegó esta semana y, según los cálculos más alarmistas, podría alcanzar Nueva York. La previsible respuesta estadounidense fue enviar bombarderos a sobrevolar la península coreana y culpar a China. La secuencia muestra la terquedad de Trump en repetir los errores que han llevado el enquistado conflicto norcoreano a su punto álgido.

Trump le prometió este fin de semana a su homólogo japonés, Shinzo Abe, que tomará “todas las medidas necesarias” para proteger a sus aliados en la región. No ha aclarado cuáles pero ya hace meses que Washington coquetea con un ataque militar que teme todo el continente, y en especial sus aliados, por sus consecuencias devastadoras.

Trump ha vuelto a subrayar su decepción con China por su presunto pasotismo en la solución del conflicto sólo unas semanas después de haber ensalzado sus esfuerzos en una dinámica tan volátil como delirante. Nada ha conseguido vencer esa ignorante inercia en la opinión pública y líderes como Trump de responsabilizar a China del conflicto norcoreano. Ni las fragorosas diferencias que subrayan las prensas oficiales de ambos países, ni las opiniones de todos los expertos, ni las revelaciones de Wikileaks, ni la negativa de Pekín de dar audiencia a Pyongyang en cinco años, ni cualquier otro signo evidente para cualquier observador mínimamente informado…

En el asunto norcoreano confluyen heridas históricas sin cicatrizar, un pueblo hermano separado durante 70 años, la pugna geopolítica de las dos potencias mundiales y una dinastía tan brutal como aterrorizada por su supervivencia física, pero toda esa complejidad es tercamente reducida a un problema que China podría resolver mañana si se lo propusiera. “Le sería tan fácil como a Estados Unidos llevar la paz a Oriente Medio y convencer a Israel de que renuncie a sus armas nucleares”, ilustraba con sarcasmo hoy John Delury, profesor de la Universidad de Yonsei (Seúl) y uno de los expertos más reputados.

Trump ha conseguido que los editoriales de la prensa nacionalista china parezcan sensatos. “Pyongyang está determinada a desarrollar su programa nuclear y no le importan las amenazas militares de Estados Unidos y Corea del Sur. ¿Cómo podrían las sanciones chinas cambiar la situación?”, se preguntaba hoy el diario ultranacionalista Global Times. Trump, añadía, es un “novato” que responsabiliza al resto de sus fracasos.

Ninguna cancillería asiática concibe el ataque preventivo que Washington ha aireado. Los presidentes estadounidenses de los últimos 25 años han rechazado la solución militar por el más elemental sentido común: ni siquiera la primera potencia militar del mundo podría evitar un contraataque que ocasionaría cientos de miles de muertos en Seúl, a escasos 50 kilómetros de miles de tanques y cañones norcoreanos. La amenaza estadounidense parece menos dirigida a Pyongyang que a Pekín, aterrorizada por la posibilidad de una guerra en su patio trasero que empujaría hacia sus fronteras a miles de refugiados.

APOYO A LA NEGOCIACIÓN

La idea de que sólo una reunión bilateral entre Pyongyang y Washington puede engrasar la solución es apoyada por expertos variados, China y los políticos más realistas de Washington. Dianne Feinstein, líder demócrata en el Comité del Poder Judicial del Senado, decía este domingo que había llegado la hora de negociar.

“El problema es que todos los presidentes estadounidenses se han esforzado en arreglar el síntoma del problema, que es el programa nuclear, y no la cuestión fundamental, que es la percepción de amenaza de sus líderes que le empujan a ello”, señala por email Tong Zhao, experto del Centro Carnegie-Tsinghua.

Sostiene Washington que Corea del Norte sólo necesitará un año más para poder enviar un misil nuclear a suelo estadounidense. Aunque el programa atómico de Pyongyang exige importantes autos de fe, es evidente que sus progresos exigen un cambio de actitud. Dijo Trump durante las elecciones que no le importaría compartir una hamburguesa con Kim Jong-un y muchos creen que ha llegado el momento.