La justicia es igual para todos. Eso dice la teoría porque, en la práctica, abundan los ejemplos de acusados bien conectados políticamente, con muchos ceros en la cuenta corriente y generalmente blancos que reciben sentencias bastante más suaves que otros ciudadanos por delitos más graves. El caso de Paul Manafort parece un ejemplo de manual. El exjefe de campaña de Donald Trump ha sido condenado a 47 meses de prisión, algo menos de cuatro años, por ocho delitos de fraude fiscal y bancario, desde lavado de dinero a seis millones de dólares defraudados a Hacienda. El castigo al que fuera brazo derecho del presidente y veterano lobista republicano ha generado una enorme polémica porque las guías federales para la aplicación de sentencias recomiendan una pena mínima de 19 años y una máxima de 24 para esos mismos delitos.

Manafort compareció ante el Tribunal del Distrito de Virginia sentado en una silla de ruedas, con un bastón en la mano y vestido con un uniforme verde de presidiario. Nada que ver con aquel tiburón que invertía los millones defraudados en coleccionar casas y alfombras antiguas, además de un extravagante vestuario con chaquetas de piel de pitón y avestruz a 18.500 dólares la pieza, según consta en el sumario de la fiscalía. «Le pido compasión», le dijo al juez antes de escuchar la sentencia, que llegó después de que no se arrepintiera de ninguno de sus crímenes. «Los últimos dos años han sido los más difíciles que mi familia y yo hayamos experimentado. Me quedo corto si digo que me siento humillado y avergonzado», dijo».

HIJO DESCARRIADO / Manafort se estaba jugando literalmente la vida. A sus 69 años, tenía muchos números para acabar el resto de sus días a la sombra, pero encontró un inesperado aliado en el juez T. S. Ellis. «Me sorprende que no haya lamentado su conducta incorrecta, pero espero que acabe reflexionando y lamentando que lo que hizo no cumple con la ley»», le dijo el magistrado como el padre que amonesta al hijo descarriado. Ellis, que fue designado para el cargo por el republicano Ronald Reagan, dijo que las recomendaciones federales para la sentencia de Manafort le parecían «excesivas» y acabó regalándole una frase para los anales: «Más allá de esto, (el acusado) ha vivido una vida sin mácula».

Manafort fue imputado en el marco de la investigación que conduce el fiscal especial Robert Mueller respecto a la interferencia rusa en las elecciones estadounidenses y sus posibles vínculos con la campaña de Trump. Pero de momento no se le ha condenado por nada que tenga que ver con el presidente, a pesar de que le queda un juicio pendiente y de que participó en algunos de los contactos que la campaña mantuvo con personalidades ligadas al Kremlin.

Sus problemas se derivan de cómo gestionó la fortuna que ganó trabajando como asesor y lobista para varios partidos políticos prorusos en Ucrania. Los investigadores descubrieron que Manafort se dedicó a lavar al menos 30 millones de dólares que aparcó en paraísos fiscales y, cuando el grifo ucraniano se cerró, se dedicó a mentirle a los bancos para obtener otros 20 millones de dólares en préstamos.

Cuando las conexiones ucranianas se descubrieron, Manafort tuvo que dimitir como jefe de la campaña de Trump, solo unos meses después de haber tomado las riendas. Ya encausado, el presidente siempre le defendió, presentándolo como una víctima de la «caza de brujas» de Mueller. «Me siento muy mal por Manafort», dijo el presidente Donald Trump tras conocerse la sentencia.

Las hazañas de la vida ejemplar del consultor, según vino a describirla el juez Ellis, dan para varios libros. En los años 80, tras trabajar para varios presidentes republicanos, fue junto al también ilustre Roger Stone socio del despacho Black, Manafort, Stone & Kelly, conocido en Washington como «el lobi de los torturadores». La firma prestó sus servicios a una larga lista de dictadores y señores de la guerra, desde el cleptócrata filipino, Ferdinand Marcos, al congolés Mobutu Sese Seko o el angoleño Jonas Savimbi.

La sentencia de Manafort está dando mucho que hablar ya que evidencia las inequidades en el sistema de justicia estadounidense. Un hombre de Brooklyn se enfrenta a una pena de entre 6 y 12 años de cárcel por robar 100 dólares en monedas de 25 centavos de una lavandería, según le han explicado a The Washington Post sus abogados. Manafort cumplirá como mucho tres años entre rejas, al descontar el tiempo que lleva en prisión preventiva.