Sara tenía catorce años cuando lo sintió por primera vez. Nunca antes había salido de Irán, su país, donde todas las mujeres, por ley, al salir a la calle, deben cubrirse la cabeza y los hombros con un hijab.

Entonces, junto con sus padres, fue unos días de vacaciones a la vecina Armenia. Y allí lo sintió por primera vez: «Fue una sensación brutal. Desde la niñez te acostumbras a llevarlo. No notas que está allí. Pero al salir del país… Todo cambió», dice Sara, que explica que, entonces, notó una libertad que nunca antes había sentido. «Me sentí muy bien. Era yo misma. La autoestima me subió», cuenta.

Desde ese momento, Sara, que ahora vive en Armenia, ve el hijab en Irán como una imposición, como algo no natural: «Como una forma de represión contra la mujer».

Desde la Revolución Iraní de 1979, el velo es obligatorio para todas las mujeres en Irán, sean musulmanas, cristianas, judías o de cualquier otra religión. El código de vestimenta estipula que una mujer siempre debe vestir con hijab y ropa ancha. Los hombres, con pantalón largo.

«El hecho de que todo el mundo deba regirse por sus normas —explica la periodista Samira Mohyeddin— demuestra que el velo no es una cuestión religiosa. Es la forma que tiene el Gobierno iraní de imponerse encima de la gente. Es pura opresión».

«Protección a la mujer»

No todas las mujeres iraníes, sin embargo, están de acuerdo con estas palabras. El gobierno, esta semana pasada, publicó un sondeo en el que afirmaba que el 50% de la población del país estaría a favor de que cada cual elija si llevar el hijab o no. El número de gente favorable a ello, en los últimos años, ha crecido.

Pero la encuesta también muestra otra realidad: que la mitad de las mujeres iraníes se sienten cómodas tal y como están las cosas. «El velo es una forma de protección contra la concupiscencia masculina. Sólo una pequeña minoría protesta», dice una mujer iraní a la agencia AFP.

«Es cierto. Hay mucha diferencia entre la gente joven y más moderna que vive en Teherán y la gente de provincias, donde nadie protesta. Las zonas rurales de Irán son muy cerradas, muy conservadoras», explica Sara, que dice que, a ella, por llevar un hijab de colores —algo muy común en Teherán— en otras ciudades del interior iraní la miraban mal.

Cambios latentes

Y, sin embargo, aunque el cambio en la ley aún parece distante, ya ha habido cambios en Irán. Desde que Hasán Rohaní, en 2013, sustituyó a Mahmud Ahmadinejad en la presidencia del país, la presión sobre las mujeres se ha relajado. «Un día —relata Sara— salía del trabajo y la Policía Moral me paró porque enseñaba un poco los brazos. Me empezaron a preguntar cosas y me asusté mucho. Era la época de Ahmadinejad, y, como mujer, notabas que estabas bajo una presión constante. Como si hubiese siempre alguien que estuviese mirándote, vigilándote. La Policía Moral estaba por todos lados».

Ahora, en cambio, no. Sara explica que Rohaní ha quitado a los agentes de las calles y que muchas mujeres encuentran formas para que el velo no les moleste. Pero la imposición sigue; y las mujeres que se quejan son detenidas. «Irán va a cambiar. Con Telegram la gente puede esquivar la censura. La represión de las protestas será cada vez más difícil», dice Sara.