El Ejército de Zimbabue se ha hecho con el control del país mientras mantiene en arresto domiciliario al presidente Robert Mugabe y al resto de su familia. Los militares niegan que se trate de un golpe de Estado y afirman que es una acción contra los «criminales» del entorno del mandatario africano más longevo. Todo parece indicar que la rebelión pretende impedir que el anciano dirigente de 93 años -al frente del país desde 1980, año de la independencia- permita que su mujer, Grace Mugabe, de 52 años, sea su sucesora en el poder.

«No es un golpe de Estado militar contra el Gobierno. Esto va en contra de los que rodean al presidente, los que han cometido crímenes que causan sufrimiento social y económico al país y que queremos llevar ante la justicia», declaró el martes el general SB Moyo, uno de los principales responsables militares del país. «Aseguramos a la nación que su excelencia el presidente (...) y su familia están a salvo y seguros y que su seguridad está garantizada», aseguró Moyo en una intervención televisiva.

Los primeros movimientos del Ejército se produjeron la tarde la martes, cuando vehículos blindados empezaron a tomar posiciones en lugares estratégicos de la capital, Harare. Pocas horas antes, el jefe de las Fuerzas Armadas, Constantine Chiwenga, advirtió de que se tomarían «medidas correctivas» si continuaba la purga de veteranos en el partido de Mugabe. Chiwenga se refería al cese la semana pasada del vicepresidente, Emmerson Mnangagwa, de 75 años, considerado sucesor a la presidencia y muy próximo a la cúpula militar.

Mnangagwa huyó a Sudáfrica tras su cese y, en un comunicado, advirtió: «Pronto controlaremos los resortes del poder en nuestro bello dividido y país». El partido del presidente, el ZANU, respondió entonces que esas palabras sugerían una «conducta de traición» destinada a «incitar a la insurrección y al desafío violento del orden constitucional».

Los uniformados bloquean desde el martes las calles que dan acceso a edificios gubernamentales, al Parlamento, el Tribunal Supremo y a la oficina del presidente.

La televisión sudafricana News24 informaba a su vez de una fuerte presencia militar en la carretera que lleva a la residencia rural de Mugabe, en el distrito de Zvimba (al este de Harare), así como en los medios de comunicación y en los accesos al aeropuerto internacional de la capital, renombrado recientemente como Robert Mugabe y que opera con relativa normalidad.

ORDEN CONSTITUCIONAL / La primera conexión de Mugabe con el exterior desde que comenzó este golpe de fuerza fue con el presidente sudafricano, Jacob Zuma, vía telefónica. Según la presidencia sudafricana, Mugabe comunicó a Zuma que se encontraba bien, aunque confinado en su residencia.

La fuerte presencia militar en las calles no ha alterado la vida diaria en la capital. Al menos hasta ayer. Los comercios y negocios funcionaban con normalidad, aunque el volumen de tráfico era mínimo. «No me gusta el Ejército, pero me hace feliz saber que Mugabe se marcha, tal vez así este país pueda empezar a desarrollarse otra vez», manifestó a la agencia Reuters Rumbi Katepfu, una vecina de Harare. «Nunca creí que esto pudiera llegar a ocurrir. Creíamos que Mugabe y Grace eran invencibles», añadió.

«Estamos contentos con lo que está sucediendo», afirmó exultante Keresenzia Moyo, una ama de casa de 65 años. «Necesitamos cambios en este país. La situación es patética. La economía está estancada». Moyo celebró que se trate de un ajuste de cuentas entre la cúpula del poder y que no afecte a «la gente corriente».

Mugabe ha disfrutado durante mucho tiempo de cierto apoyo en su país y en el extranjero gracias a su lucha por la independencia y las políticas sociales progresistas que puso en marcha cuando llegó al poder. Con el tiempo, sin embargo, se «convirtió en una carga para su pueblo, porque concentró todo el poder, como un dictador», contaba Tafadzwa Masango, un desempleado de 35 años. «Mugabe tiene que empaquetar sus cosas y dejar Zimbabue», concluyó.