El asunto taiwanés amenaza con reventar la tregua que China y Estados Unidos firmaron dos semanas atrás en Japón. La mastodóntica venta de armas aprobada ayer por Washington a Taiwán ha generado tanto júbilo en Taipei como desazón en Pekín. Es el cuarto contrato de suministro de armamento que firma Donald Trump con la isla, en contraste con el tacto de sus predecesores en la Casa Blanca. No hay cuestión que soliviante más a China que los coqueteos de Washington con Taiwán y el desprecio a su soberanía nacional.

Pekín exigió ayer la «inmediata cancelación» de una operación que define como una «cruda interferencia» en sus asuntos internos. El portavoz del Ministerio de Exteriores, Geng Shuang, desveló que su Gobierno ya ha expresado a Washington su «oposición» y advirtió de que está en juego la salud de las relaciones bilaterales y la paz en el estrecho de Taiwán.

La operación alcanza los 2.200 millones de dólares y contempla la entrega de un centenar de tanques Abrams, 250 misiles Stinger, ametralladoras y numerosos vehículos acorazados Hércules. El contrato va mucho más allá del gesto simbólico hacia un territorio con el que carece de relaciones diplomáticas pero al que está comprometido a defender y llega, paradójicamente, tras descorchar el champán de la tregua comercial con China.

APOYO DE EEUU / Desde Taiwán se ha interpretado la segunda venta de armas en un año como una «prueba rotunda del fuerte apoyo» de Estados Unidos a sus necesidades militares. Para su presidenta, Tsai Ing-wen, las armas permitirán «un fuerte incremento de las capacidades terrestres y aéreas de Taiwán y subirán la moral de las tropas».

Un informe del Pentágono recordaba que Pekín no ha renunciado al uso de la fuerza para recuperar la isla y alertaba de que se había alterado el equilibrio de fuerzas a ambas orillas del estrecho de Formosa.

Las tensiones entre China y la isla que reclama como suya se han disparado desde que en el 2016 ganó las elecciones el Partido Democrático Progresista, partidario de mantener las distancias con el continente. La presidenta Tsai Ing-wen, no pertenece al ala radical que en el pasado dedicaba todos sus esfuerzos a irritar a la República Popular China pero está muy alejada de las inclinaciones propequinesas del partido Kuomintang.

La presidenta se desvinculó del llamado consenso de 1992 que sienta el principio de una sola China y cuyo enunciado permite la interpretación opuesta a ambas orillas del estrecho de Formosa. También pretende el acercamiento «de Estado a Estado» y enfatiza la identidad taiwanesa con más brío del que Pekín puede digerir.