«Esto solo es el comienzo». Con esta rotunda sentencia arrancó ayer por la mañana el rotativo Kommersant, de tendencia liberal y uno de los de mayor peso entre la oposición de esta corriente, su crónica central acerca de las enmiendas constitucionales anunciadas por el presidente Vladímir Putin y la posterior dimisión del Gobierno ruso en pleno. Tras la onda expansiva provocada por lo inesperado de ambas noticias, la Duma (Cámara Baja del Parlamento) respaldó ayer y por una abrumadora mayoría a Mijaíl Mishustin, un hombre que hasta ahora se hallaba al frente de la Hacienda rusa y candidato propuesto por el presidente Putin para relevar a Dmitri Medvédev.

El nuevo jefe del Gobierno ha recibido el respaldo de 383 diputados, miembros de Rusia Unida, el partido oficialista, aunque también de otras fuerzas políticas de la llamada oposición sistémica, que no cuestionan la política presidencial. No hubo votos en contra y sí la abstención de 41 parlamentarios del Partido Comunista de Rusia. Durante la sesión, Mishustin ha fijado como principales prioridades de su Ejecutivo «el incremento en los ingresos reales» de los ciudadanos -que no han cesado de caer desde que se iniciaron las tensiones geopolíticas con Occidente en el 2014- y «el trabajo productivo», así como la «defensa» de los negocios. También ha prometido que los ministros que escoja para formar su equipo «serán responsables de forma personal» por sus acciones, que deberán estar encaminadas al «logro de los objetivos nacionales de desarrollo».

Pesos pesados / Mishustin no ha desvelado aún la identidad de ningún miembro de su equipo, pero se prevé que muchas caras y pesos pesados repetirán, como el ministro de Defensa, Serguéi Shoigu, o su homólogo de Exteriores, Serguéi Lavrov. Transcurridas ya 24 horas de su sorpresiva nominación, en los mentideros políticos de Moscú se escudriña hasta la saciedad, en busca de nuevos datos o pistas, la biografía del nuevo jefe del Gobierno, hasta ahora máximo responsable del Servicio Federal de Impuestos (MBF, por sus siglas en ruso) y un hombre que, en palabras de Dmitri Oreshkin, politólogo y comentarista habitual en medios como la emisora Eco de Moscú, «carece de apoyos políticos» entre la élite y por ende es totalmente ajeno a sus luchas intestinas.

Mishustin se ha granjeado una reputación de eficacia durante su gestión al frente de MBF, cargo que asumió hace un decenio tras ocupar puestos menores en la Administración. Bajo su mandato, se ha digitalizado la gestión, se ha incrementado la recaudación impositiva en un país donde el fraude fiscal era una práctica generalizada y donde el concepto de que el Estado debía recaudar los impuestos simplemente no existía en su diccionario hasta hace relativamente poco, concretamente hasta 1991, fecha de la disolución de la URSS.

«Es eficaz, pero sobre todo hará lo que Putin le diga», sostiene Oreshkin en conversación telefónica. Su nombramiento, eso sí, aplaza cualquier posible batalla fratricida en la élite entre los aspirantes que más sonaban en las quinielas y a quienes se les atribuyen aspiraciones presidenciales, llámese Serguéi Sobyanin, alcalde de Moscú, Vyacheslav Volodín, speaker de la Duma o Serguéi Shoigu, ministro de Defensa, entre otros.

cambios de calado / El Gobierno encabezado por Dmitri Medvédev presentó el miércoles su dimisión en bloque momentos después de que el presidente anunciara, en su discurso anual a la nación, una relevante batería de ideas para modificar la Constitución que podrían permitir al actual líder del Kremlin, verdadero factótum del poder en el país, mantener su influencia una vez tenga que abandonar la jefatura del Estado en el 2024.

Los cambios son de calado y, según muchos observadores, intentan facilitar al jefe del Estado la sucesión, permitiéndole a la vez mantener intacto su peso en los asuntos de Estado si así lo deseara una vez acabe su mandato. La actual Carta Magna, tal y como está redactada, no le permite presentarse a la reelección en el 2024. Precisamente, una de las opciones que se baraja para que Putin siga en el centro del poder es que se convierta de nuevo en primer ministro, algo que ya hizo entre el 2008 y el 2012, tras acumular dos mandatos seguidos.