La desinformación no es un fenómeno nuevo pero en la actual campaña electoral en Estados Unidos esa distribución intencionada de falsedades ha estallado hasta límites desconocidos. En 2016 las miradas se volvieron principalmente hacia Rusia como responsable de intentar sembrar la discordia y explotar las grietas que se abren entre los estadounidenses pero ahora el enemigo está, sobre todo, en casa. Y en EEUU se está librando una guerra propagandística que está creando una densa niebla que envuelve la verdad y arrastra a muchos ciudadanos a una miasma de "hechos alternativos" y pérdida de confianza en instituciones, medios o la pura realidad.

Los analistas alertan de que la desinformación se está moviendo desde los dos extremos del espectro ideológico pero a un nivel mayor en cantidad, fuerza y potencial efectividad desde la derecha. Al papel clave que juegan las omnipresentes redes sociales, que hacen más fácil que se generen y propaguen confusión y miedos, se le suman el que está desempeñando el propio presidente, Donald Trump, y la perfectamente engrasada y poderosa máquina mediática ultraconservadora, a la que un estudio reciente de Harvard ha señalado como responsable de un "bucle de retroalimentación de propaganda". Y se está fomentando un mensaje llamado a deslegitimar la integridad del proceso electoral y, también, las más peligrosas teorías de la conspiración, especialmente las de QAnon.

PÉRDIDA DE CONFIANZA

“Estamos viviendo en el mayor periodo de desinformación de la historia, y los estadounidenses nos lo estamos haciendo a nosotros mismos”, alertaba hace poco más de 10 días ante el Comité de Inteligencia de la Cámara Baja del Congreso Cindy Otis, experta en desinformación y escritora que antes trabajó para la Agencia Central de Inteligencia. “Los americanos están perdiendo fe en lo que leen y ven en internet cada día. Estamos desesperados por información pero ciertos grupos sienten que no pueden confiar en las instituciones tradicionales en las que solían confiar, incluyendo los medios (...). Como resultado, los estadounidenses están gravitando hacia ideas y fuentes más extremas”.

“No solo el gobierno de EEUU y las plataformas han abdicado de su responsabilidad de detener la amenaza de la desinformación extranjera en los últimos cuatro años, ahora corre rampante la desinformación nacional”, declaraba en la misma sesión Nina Jankowicz, especialista en el estudio de la desinformación del Centro Internacional Woodrow Wilson, que alertaba de que el fenómeno está dejando a EEUU “vulnerable a la manipulación continua” y poniendo su “democracia en peligro”.

Aquella vista estaba bautizada “Desinformación, teorías de la conspiración e infodemia”, el término que acuñó la Organización Mundial de la Salud para alertar sobre la propagación de información falsa y conspirativa sobre Covid-19. La habían organizado los demócratas. Los republicanos decidieron no participar.

QANON

Ya en 2016 Trump y su campaña, según se ha revelado, usaron información de Cambridge Analytica no solo para buscar votos sino, también, para desincentivar la participación y la táctica es uno de los factores que se ha señalado como responsable parcial de la caída en la participación de votantes negros. Entonces también la campaña del republicano explotó las subculturas de la extrema derecha online, pero cuatro años después los graves riesgos de esa estrategia se han expuesto con el crecimiento imparable de QAnon y sus múltiples teorías conspiratorias.

El funcionamiento de la peligrosa máquina lo explicaba recientemente en un artículo Renée DiResta, del Observatorio de Internet de Stanford, tomando como ejemplo cómo se ha ido propagando la teoría de QAnon de que los demócratas preparan contra Trump una “revolución de color”, el término con que los gobiernos autoritarios desacreditan los movimientos prodemocráticos como si fueran un trabajo de la CIA.

Esa tesis apareció primero online, saltó a un blog y luego a un podcast de Steve Bannon y de ahí a FoxNews y al discurso de algunos de sus presentadores estrella, con millones de espectadores. Luego se encargaron de propagarlo 'influencers' conservadores en YouTube, otras figuras mediáticas de un nuevo ecosistema de “semi-medios” que son en realidad publicaciones hiperpartidistas, gente corriente en sus grupos de Facebook...

“Los medios y las redes sociales ya no se distinguen. Narrativas con consecuencias emergen de abajo arriba y al revés y van rebotando entre diferentes canales”, escribía DiResta en 'The Atlantic'. “La influencia ahora es función de la capacidad bruta de mover la información entre canales de televisión y redes sociales y en distintas facciones de internet y según esos parámetros QAnon es tremendamente efectivo”, decía la experta. Ella, como otros muchos analistas, ha llegado a la conclusión de que los movimientos de la plataformas tecnológicas contra la desinformación en general y contra el movimiento en particular han llegado “demasiado tarde”. Y como una metástasis ha ido extendiéndose a comunidades distintas, incluyendo desde milicias a defensores de armas o los antivacunas en la pandemia.

EL PREOCUPANTE CASO DE LOS LATINOS

Dentro del amplio fenómeno de la desinformación está provocando particular alerta el caso específico de los latinos, 32 millones de potenciales votantes en los comicios del 3 de noviembre. Sobre todo en Florida pero también en otros estados donde su voto es fundamental como Arizona están siendo la diana de una campaña brutal de desinformación. Uno de los elementos centrales de esa campaña es extender la idea de que una potencial victoria de Joe Biden y los demócratas representaría la llegada del “socialismo” a EEUU, pero hay otros, como los probados intentos de enfrentar a la comunidad hispana con la negra.

Los bulos y teorías conspiratorias se extienden por periódicos, radios, televisiones, redes sociales... Pero un factor que agrava el problema es que la latina es la comunidad donde está más arraigado que en cualquier otra de EEUU el uso de WhatsApp, propiedad de Facebook. El sistema de encriptación para grupos con menos de 250 personas hace prácticamente imposible determinar el origen de los mensajes. Y el hecho de que los mensajes, aunque sean falsos, provengan de amigos, familiares o conocidos dispara su credibilidad.

Varios medios, incluyendo latinos, han puesto en marcha iniciativas para tratar de frenar la propagación de desinformación. Los representantes demócratas Joaquín Castro y Debbie Mucarsel-Powell escribieron al FBI pidiendo que se abriera una investigación sobre el caso concreto en el sur de Florida, pero nunca obtuvieron respuesta. Y no es extraño en las calles de Miami toparse con gente como Dan, el nombre que dio un peruano que hace unos días se enfrentaba con una caravana proBiden en la Calle Ocho, que clamaba a los cuatro vientos que el candidato demócrata es “pederasta”. Cuando se le preguntaba qué base tenía para una acusación tan grave y no probada respondía: “búscalo en Google, y eso que Google es de izquierdas”.