Corea del Norte digiere mal el fracaso y sus atletas no han hecho aún nada destacable, pero a Kim Jong-un se le intuye exultante. Ocurre que el deporte nunca fue su prioridad en los Juegos Olímpicos de invierno y sobre su corpachón podría colgar ya la medalla de oro a la diplomacia. Los acontecimientos se ajustan al plan trazado el mes pasado cuando ofreció por sorpresa enviar una delegación al sur: ha roto el frente enemigo, exhibido la versión más dulce del régimen y entusiasmado al mundo con la esperanza de paz.

Kim expresó ayer su «satisfacción» con el informe entregado por la delegación que regresó el lunes, según la agencia oficial KCNA. Agradeció a Seúl el «trato prioritario» dispensado y dio «importantes instrucciones» para perseverar en la mejora de las relaciones. «Es importante que sigamos esforzándonos para avivar el clima de reconciliación», dijo.

El paso por Pieonchang del vicepresidente estadounidense, Mike Pence, y de la hermana del dictador, Kim Yo Jong, subraya el contexto actual. Pence decidió acudir para evitar que Pionyang «secuestrara el mensaje olímpico» con su propaganda y se hizo acompañar del padre del universitario que murió después de ser liberado por Corea del Norte. Fue el único en todo el estadio que siguió sentado el desfile de la delegación coreana en la ceremonia de inauguración, se ausentó a los cinco minutos de la cena de recepción para evitar compartir mesa con los representantes de Pionyang y ha encadenado regates en las zonas mixtas para ahorrarse saludos. Incluso Shinzo Abe, presidente japonés, cumplió la cortesía diplomática de darle la mano al presidente honorario norcoreano, Kim Jong Nam. Pence, solitario en varias ocasiones, parecía más preocupado en arruinarle la fiesta a Seúl que en participar del clima de júbilo.

LA FUNCIÓN DE KIM YO JONG

La hermanísima ha pasado como un tsunami. La primera representante de la familia Kim que traspasaba el paralelo 38 desde la invasión de su abuelo ha recibido la atención de la prensa y los aficionados. Su discreta elegancia, con abrigos oscuros y sin maquillaje, han sido ensalzada en contraste a las veinteañeras surcoreanas que acumulan operaciones quirúrgicas y no pisan la calle sin varias capas de pintura. Kim Yo Jong ha robado el foco olímpico sin remedio, tanto en detalles banales como su sonrisa y caligrafía como en su febril tarea diplomática. El pasado fin de semana trasladó al presidente surcoreano, Moon Jae-in, la invitación de su hermano a Pionyang. No hay una cumbre presidencial coreana desde el 2007, cuando la política de acercamiento de Seúl permitió el mayor periodo de distensión en la península. La subida al poder de los conservadores arruinó el clima y la situación se degradó hasta que el admirable y paciente Moon ocupó la Casa Azul.

La hemeroteca aconseja embridar el optimismo. Los «Juegos de la Paz» suponen un alivio atmosférico en una región de pertinaces borrascas y el problema de fondo no lo tienen las dos Coreas, sino Pionyang con Washington. El tiempo dirá si Kim Jong-un solo buscaba ganar tiempo para completar en calma su programa de misiles y aligerar las sanciones internacionales o si perseguía honestamente el deshielo. Dos certezas son claras: Pionyang ha ganado la batalla diplomática y Seúl disfruta de unos Juegos tranquilos y mediáticos.