Si al laberinto británico le hacía falta aderezo, la visita de Donald Trump al Reino Unido puede acabar siendo la gota de tabasco que le acabe poniendo picante al 'brexit' y al memorial de la guerra que impulsa este viaje. Con la primera ministra británica, Theresa May, a cinco días de formalizar su dimisión, con la carrera de los conservadores a tumba abierta por ocupar su reemplazo y otra carrera idéntica para salir como sea de Europa, Trump no puede ser peor compañero en este momento.

Para el presidente americano, sobre el que caen todo tipo de sospechas y al menos una decena de acusaciones de haber obstruido a la justicia en la investigación sobre la trama rusa, esta visita incluida en el 75 aniversario del desembarco de Normandía, puede ser una nueva válvula de escape, que distraiga la gravedad de las acusaciones. Es un experto en dirigir el mensaje hacia donde nadie quiere para contrarrestar cualquier efecto que pueda lesionar sus intereses.

Con Gran Bretaña sumida en la peor crisis política del último siglo y con una sociedad dividida por el eje, nadie espera que Trump acabe siendo de mucha ayuda. Laboristas y liberales han rechazado la invitación de la Reina a la recepción de Estado, lo cual entre dos países aliados, mas que una ofensa, constata que el actual inquilino de la Casa Blanca, al igual que sucede en su país, en el resto del mundo divide. Por eso le rendirán pleitesía dos buenos amigos, Boris Johnsson y Nigel Farage, los líderes del 'brexit', con quienes comparte una visión de la sociedad tribal que solo mira sus fronteras.

Último testimonio

Sin duda la efeméride justifica el viaje del presidente americano, lo curioso es que nada de lo que significa el memorial que acabaría con el dominio nazi de Europa hace 75 años parece estar en la agenda. De los mas de 150.000 soldados de aquel desembarco liberador, ya solo quedan 300 veteranos, casi todos ellos centenarios. Tal vez sean el último testimonio vivo del valor de la libertad y la solidaridad internacional frente a nacionalismos suicidas. De aquella guerra nos quedan pocas cosas, pero hay dos muy relevantes: la derrota del fascismo y la idea de una Europa unida y sin fronteras.

El desembarco del presidente americano en Gran Bretaña para celebrarlo mas bien tiende a olvidar ese legado. Puede que Trump no sea fascista, pero en su entorno operan los principios que lo hicieron posible: el odio, el racismo, la xenofobia y el miedo. El regreso al tribalismo que inculca con su américa primero se expande a través de lugartenientes como Steve Bannon por la Europa de los Salvinis, los Orban o sin ir mas lejos por la España de Vox. Aunque el recuerdo de ese día debería corresponder a las víctimas, estaría bien que este memorial, tantos años después, sirva para recuperar la certeza de que nunca habíamos vivido un periodo de paz tan largo, y que los nacionalismos, ni son la respuesta, ni trajeron la prosperidad y el bienestar a nuestra sociedad, aunque el desembarco de Trump en el mundo suponga todo lo contrario.