La primera reunión entre Theresa May y Jeremy Corbyn terminó al cabo de dos horas ayer, sin resultado alguno, en la busqueda de una salida conjunta al brexit. El líder laborista calificó el encuentro de «útil», pero no «concluyente», y dijo no haber encontrado tantos cambios como esperaba en la posición de May. El tono del comunicado gubernamental, algo más optimista, hablaba de «ambiente constructivo» en las conversaciones exploratorias en las que «ha habido flexibilidad y compromiso para acabar con la incertidumbre del brexit». Los dos equipos se reunirán de nuevo hoy.

Después de intentar sin éxito, durante meses, sacar adelante su acuerdo en tres ocasiones, con la ayuda de los diputados conservadores y norilandeses, May ha optado por buscar los votos que le faltan en las filas de la oposición. Corbyn tiene como prioridades que el Reino Unido permanezca en la unión aduanera y se garanticen los derechos de los trabajadores. Un sector del laborismo le presiona además para que respalde también un nuevo referéndum. La suya es una formación dividida por el brexit, al igual que la de los conservadores, donde crece la furia contra May. Los euroescépticos andan buscando la forma de derribarla por su gran «traición».

La decisión de la primera ministra de recurrir a Corbyn para pactar la salida de Europa ha horrorizado a los tories radicales al legitimar a un marxista, cuyo único propósito en la vida es causar verdadero daño al país», en palabras del antiguo líder de los conservadores, Ian Duncan Smith. Dos miembros de menor rango en el Gobierno, el Secretario de Estado para Gales, Nigel Adams, y el del ministerio para el brexit, Chris Heaton-Harris, presentaron la dimisión en desacuerdo con May. Los euroescépticos han advertido que un pacto con el laborismo puede destruir el partido.