Es su última imagen con vida sólo unas horas antes del ataque.

El conductor del camión, Lucas Urban, entra a comer un kebab en un restaurante y la cámara de seguridad le graba así. Su pista se pierde a las 15:00 horas en la empresa donde el tráiler debía descargar. Minutos después cae en manos del terrorista que se hace con el control del vehículo.

Hoy se sabe que el polaco de 37 años trató hasta el final de evitar la masacre, se enfrentó al agresor, probablemente agarró el volante para intentar que no arrollara a la multitud. “Su rostro estaba ensangrentado, hinchado, como si hubiera peleado por su vida hasta el final”, dice su primo, propietario de la compañía de transportes. En la pelea con el terrorista recibió una docena de puñaladas, pero siguió con vida hasta que el camión finalmente se estrelló contra el árbol. La autopsia indica que murió por el disparo de un arma de pequeño calibre. Era un hombre corpulento, de 120 kilos, dice su primo.

Por eso piensa que tuvo que enfrentarse a más de un agresor. Iba a volver con su familia ese mismo día a Roznowo, el pueblo donde le lloran, donde vivía con su mujer y su hijo adolescente.