El día ha llegado. Tras semanas en las que se han emitido más de 95 millones de votos por correo o de forma anticipada, los estadounidenses tienen este martes su cita con las urnas para elegir quién será los próximos cuatro años su presidente. El país aguanta la respiración. Porque estos no son, bajo prácticamente ningún prisma, unos comicios normales, sino los más tensos, caóticos y envueltos en incertidumbre que se recuerdan.

Las elecciones que miden a Donald Trump y Joe Biden llegan en medio de una pandemia que ya ha dejado en EEUU más de 9,2 millones de contagiados, más de 231.000 muertos y un reguero de desempleo y penuria económica. Por más que Trump lo retrate ahora como un artificio mediático, el coronavirus sigue azotando con fuerza el país y haciendo que los expertos médicos adviertan de un peligro que ni mucho menos se está «dejando atrás» como asegura el republicano.

Las elecciones llegan a unos EEUU que en los últimos seis meses han vivido el mayor movimiento de protesta ciudadana en décadas, manifestaciones multitudinarias y predominantemente pacíficas contra la injusticia racial y la brutalidad policial que también se han visto salpicadas por episodios de violencia, enfrentamientos y una agresiva respuesta de las fuerzas del orden.

Brechas ideológicas

Las elecciones llegan, sobre todo, a un país que lleva décadas viendo crecer sus brechas ideológicas pero, bajo el mandato de Trump, ha sufrido un agigantamiento extremo de esa polarización. También, en una nación en la que, según constatan agencias y departamentos de la propia Administración Trump, los grupos más radicales en la ultraderecha, de los ferozmente opuestos al gobierno a los supremacistas blancos, se han convertido en la principal amenaza interior.

Los tres elementos, sumados a la determinación de Trump en poner en cuestión la legitimidad del proceso democrático, forman una combinación explosiva en estas elecciones, en las que las previsiones son que haya una participación no vista en un siglo. Porque por la pandemia se ha disparado el voto por correo, y con ello y dadas normas distintas para su procesamiento y recuento en distintos estados, se anticipa un recuento más largo. La posibilidad de conocer un ganador la misma noche es, según muchos cálculos, remota.

Para calmar las ansiedades no sirven las encuestas nacionales que a las puertas de los comicios muestran a Biden una media de 6,5 puntos por encima del actual presidente. El complejo y cuestionado sistema del colegio electoral hace una vez más que sea irrelevante el voto popular, que los demócratas han ganado en seis de las siete elecciones previas (de las que dos veces salieron presidentes republicanos: George Bush en el 2000 y Trump en el 2016). Y no solo frena el optimismo de los demócratas el fantasma de las últimas presidenciales, cuando los sondeos estatales fallaron, sino el recordatorio que hacen expertos como Nate Silver de que Trump, aunque sea con un 10% de opciones, aún puede ganar.

El camino hasta los 270 votos del colegio electoral que dan las llaves de la Casa Blanca se acaba de recorrer, como de costumbre, en un puñado de estados. Los ojos se vuelven como siempre a Florida y a sus 29 votos electorales. Han entrado esta vez en el mapa de estados bisagra que eran tradicionales bastiones republicanos como Arizona (11 votos electorales) e incluso Tejas (38), la joya de la corona de los conservadores. Pero también están en el mapa decisivo Georgia (16), Minnesota (10) o los cinco estados donde Trump y Biden han centrado su último día de campaña. Entre ellos Carolina del Norte (15) y Ohio (18) y, sobre todo, el trio donde en 2016 77.744 votos dieron la victoria a Trump: Michigan (16), Wisconsin (10) y Pensilvania (20).

Es en Pensilvania, donde el gobernador es demócrata y la legislatura está controlada por los republicanos, donde la explosiva combinación antes mencionada cobra más forma. El Tribunal Supremo ratificó que el estado tendrá tres días para contar los votos recibidos por correo con un matasellos no posterior al día 3. Los demócratas no lograron que los republicanos accedieran a que se empezaran a procesar esas papeletas antes, lo que habría facilitado su recuento.

En lugares como Filadelfia se empezarán a procesar y contar el día 3 pero en otros condados se esperará al día 4. Y mientras las autoridades piden «paciencia» ante un proceso perfectamente legal, como en todo el país, el propio Trump se dedica a minar la fe en él. El lunes mismo el presidente anunciaba que la intención es abrir en Pensilvania una batalla legal inmediata.

No será la única. Ejércitos de abogados tanto demócratas como republicanos llevan semanas peleando en los tribunales por las condiciones o los requisitos para votar. Y la batalla a partir del martes se trasladará a la lucha por los votos emitidos. De hecho, esa lucha ya ha empezado y por ejemplo en Harris, el condado de Tejas que incluye Houston y que es un bastión demócrata, los republicanos están intentando que se anulen 120.000 votos depositados por anticipado en centros de voto establecidos con formato de drive-thru en la pandemia.

La guerra legal, los asaltos de Trump al proceso y su agitación constante de desacreditados fantasmas de fraude están echando gasolina a unas elecciones que se esperan ya con una tensión inusitada y con miedo, real, a la violencia. El foco está puesto en garantizar la paz este 3 de noviembre en los centros de voto, señalados como las autoridades como el lugar donde hay «más posibilidad» de que estallen episodios violentos. Pero la ola de preparación se extiende más allá.

Como sucedió en verano ante las protestas por la justicia racial, negocios en centros de distintas ciudades han empezado a parapetarse y las medidas de seguridad se incrementan. En un edificio de residentes acomodados del West Village neoyorquino, por ejemplo, los residentes recibieron el 30 de octubre una carta titulada seguridad electoral en la que se anunciaba que, como en verano, se contratará a una empresa de seguridad con agentes de policía fuera de servicio. «Muchas agencias hacen planes para anticiparse y mitigar posibles altercados civiles y violencia tras las elecciones», rezaba. «Sea cual sea el resultado, nuestra preocupación va de incidentes aislados a un periodo prolongado de protestas masivas».