La historia se repite para Libia después del nuevo estallido de violencia promovido por el mariscal Halifa Hafter y sus leales, que el pasado miércoles lanzaron una ofensiva para atribuirse también el control de Trípoli, la capital, que ayer volvieron a bombardear en un ataque combinado cuyo objetivo fue el único aeropuerto que todavía funcionaba y que hubo que cerrar.

Hasta el momento, Hafter se había impuesto en la región de la Cirenaica, al este del país, y en la región de Fezzan, al sur del Libia, donde ha sellado varios acuerdos con los grupos tribales de la zona en aras a alcanzar una mayor hegemonía política y económica. Los combates han provocado que alrededor de 2.200 personas hayan abandonado sus hogares, a los que hay que sumar los 1.300 refugiados y migrantes retenidos en diferentes centros cerca de las líneas de fuego donde se enfrentan las tropas de Fayez Sarraj, jefe del Gobierno de Unidad Nacional (GNA) y el Ejército Nacional de Libia (LNA), este último respaldado por actores occidentales y regionales de Oriente Próximo.

Los muertos de ayer ascendieron a 30, según fuentes hospitalarias, que se suman a los 21 del domingo.