China tomará las medidas necesarias contra los nuevos aranceles aprobados por Estados Unidos. La respuesta llegó apenas unos minutos después de su entrada en vigor pero la urgencia no fue acompañada de la artillería verbal que merecen los desafíos irrevocables. Fue un comunicado sucinto e imprescindible para no mostrar debilidad pero que evita la quema de puentes y sugiere la esperanza de que queda margen para el acuerdo. Al otro lado de la mesa, al fin y al cabo, está Donald Trump.

"China lamenta profundamente que Estados Unidos haya decidido incrementar las tarifas del 10 al 25% en bienes chinos con un valor de 200.000 millones de dólares", destaca el comunicado del Ministerio de Comercio. "No tendremos más opción que tomar las medidas de respuesta necesarias", sigue. "Esperamos que se resuelvan los problemas existentes a través de negociaciones y mutuos esfuerzos de las dos partes", termina sin aclarar qué medidas se tomarán ni cuándo.

Un examen de la prensa oficial que sirve de altavoz de Pekín revela los esfuerzos de contención. Faltan los editoriales incendiarios que acompañan los conflictos abiertos. Incluso se aprecia mesura en el ultranacionalista diario 'Global Times', siempre presto a zurrar a cualquiera que le tosa a China. Hu Xijin, su editor, admite que un acuerdo inminente es difícil y revela que China "está preparada para lo peor" ante la escalada de la guerra comercial, pero subraya que "ambas partes siguen negociando" y "la puerta no seguirá cerrada durante mucho tiempo". Desliza una interpretación creativa del contexto: "Estados Unidos anuncia un aumento de tarifas y al mismo tiempo invita a China a negociar, lo que demuestra su debilidad y voluntad de alcanzar un acuerdo". Y pronostica que la cercanía de las elecciones en Estados Unidos juega a favor de China.

El viceprimer ministro, Liu He, intentará esta mañana acercar las posturas con Washington. Las esperanzas son escasas después de que su reunión de ayer con Robert Lighthizer y Steven Mnuchin acabara tras apenas hora y media. Es más probable que el conflicto se desatasque con la llamada telefónica de Trump a Xi Jinping que el primero ha sugerido. Las crisis más fragorosas entre ambas potencias se han desinflado tras el contacto entre dos líderes que, al menos de puertas afuera, comparten un aprecio mutuo. En su breve charla de diciembre en Buenos Aires ya pactaron una tregua cuando arreciaban los tambores de guerra.

"CHINA MANTIENE SUS PROMESAS"

China se limita estos días a contestar a las andanadas de Washington sin entrar en una competición dialéctica. "Estados Unidos nos ha asignado un montón de etiquetas: que nos echamos atrás, que no cumplimos nuestra palabra, que rompemos nuestras promesas. China está comprometida y mantiene sus promesas, eso nunca ha cambiado", ha defendido Gao Feng, portavoz del Ministerio de Comercio. "La negociación es un proceso de intercambio de opiniones para alcanzar un acuerdo, es normal que haya diferentes puntos de vista", ha añadido.

Ocurre que la levantisca diplomacia de Trump atenta contra la casuística internacional y, especialmente, contra la 'finezza' china. Pekín ya está acostumbrada a lidiar con un líder que la ha acusado de violar (en el sentido sexual) a su país y reducido su sacrosanto principio de "una sola China" a elemento de cambalache en la guerra comercial. La convicción de que no se ha alcanzado aún el punto de no retorno embrida por ahora la respuesta china.